La Palabra de Dios tiene hermosas historias, por lo general cuando las contamos, hacemos énfasis en las grandezas de nuestro Dios y omitimos los errores humanos. Pero creo que es importante percatarnos de ambas cosas, para comprobar la fidelidad, grandeza y poder de nuestro Dios, sin evadir lo que puede suceder por nuestra falta de sabiduría.
A veces pensamos que somos inteligentes y muy maduros, pretendemos ayudar a Dios y lo único que logramos es perder bendiciones o alargar el tiempo del cumplimiento de sus promesas. La historia de Abram y Sara en la Biblia tiene un gran final, pero en su matrimonio vivieron muchas situaciones adversas, enfrentaron luchas, problemas y tristezas como la mayoría de las parejas, su gran error fue que algunas de sus circunstancias las enfrentaron a su manera, sin considerar a Dios en sus acciones. En su matrimonio podemos encontrar mentiras, manipulación e incluso fornicación, ¿Qué los llevó a permitir todas esas cosas en sus vidas, si Dios los estaba guiando, si tenían una gran promesa?
Aunque en los tiempos bíblicos, era socialmente aceptable que los hombres tuvieran más mujeres si podían mantenerlas, en ese momento, aunque Abram era muy rico, sólo tenía a Sara su mujer, conforme a la ordenanza de Dios, y la promesa de Dios era para ambos, creían en Dios y en sus promesas, pero como a muchos de nosotros nos pasa, se nos hace difícil esperar. Abram ya estaba en la tierra a donde Dios lo guio, pero no llegaba el hijo prometido. Cada día se hacían más viejos y sus probabilidades se acababan, sobre todo para Sara, pues ella era la estéril. ¿Dudó Abram de que su mujer estuviera incluida en el plan de Dios?, no, por lo que leemos no fue él, sino ella la que buscó una solución a su problema, porque no quería ser un impedimento para que se cumpliera la promesa. Su idea fue usar a una “madre sustituta”, ¿le faltó fe?, lo más seguro es que sí, porque no vio a Dios, sino sus limitaciones. Así que Sara se dio a la tarea de convencer a su marido de aceptar su plan. Abram no opuso resistencia, en lugar de preguntarle a Dios, escuchó la voz de su esposa, quien estaba equivocada, porque tampoco había consultado con Dios su idea.
Abram como cabeza de su familia fue el responsable delante de Dios por las decisiones que tomó, su problema no fue “escuchar a su mujer”, que en esa ocasión estaba equivocada por sus deseos de ayudar, sino en “no escuchar a Dios”, ninguno de los dos se percataron de que se salieron de la voluntad de Dios y les costó muy caro; su esclava Agar tuvo un descendiente de Abram, pero eso les complicó su vida marital y trajo consecuencias para sus descendientes hasta la fecha.
¿Dios necesita ayuda? No, pero sí nuestra participación, la que debe estar de acuerdo con Su voluntad. Necesitamos aprender a depender de Dios, a escuchar su consejo, esperar su tiempo y actuar de acuerdo con sus principios. Lamentablemente, Abram y Sara sufrieron por sus actos, pero a pesar de todo, Dios sí cumplió su promesa, porque Él es fiel, nos perdona y nos bendice. Sara y Abraham (Ya no Abram, porque Dios le cambió el nombre) tuvieron el hijo de la promesa y una gran descendencia. Así que, los invito a no ayudarle a Dios y a dejar que Él convierta su matrimonio en un hermoso vergel, lleno del fruto del Espíritu.
Enero 2018