A lo largo de la historia podemos ver los intentos del hombre por sobrevivir ante los ataques de sus enemigos, por sentirse seguro y a salvo de cualquier mal. Ha construido fortalezas y murallas para resguardarse, y armas para defenderse. El hombre sufre violencia eso no es de ahora sino de siempre, espiritual, física y emocionalmente y no hay nada más frustrante que vivir sintiéndose inseguros y bajo asecho.
La Biblia nos habla de ciudades que construyeron muros para protegerse de las intrusiones de sus enemigos, como el caso de Jericó, cuyos muros fueron destruidos y los de Jerusalén, que fueron reconstruidos. Una ciudad amurallada era una ciudad segura, Jerusalén estaba rodeada de grandes murallas, y tenía 34 torres de vigilancia.
La iglesia sufre los ataques del enemigo, la asecha como grupo, y mortifica individualmente a sus miembros. Quiere eliminarla, pero la iglesia sigue adelante, ¿saben por qué?, porque las pérdidas, pruebas y accidentes, nos unen y nos fortalecen. Lo que la destruye son las divisiones, los conflictos entre sus miembros, la poca convivencia, pero sobre toda la falta de amor. Así que, si queremos sobrevivir a los ataques del enemigo, debemos mantenernos unidos y dentro de los muros de protección que Dios nos ofrece. Son dos tipos de muros que como iglesia debemos resguardar y no permitir que nadie nos saque de ellos o los destruya.
El primer Muro es nuestro Dios, quien nos dice en el Salmo 125:2: “Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así Jehová está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre”. Él es nuestro refugio, nuestro castillo, nuestro escudo ante los dardos del enemigo. La mayoría de nosotros no tenemos duda de su fidelidad y de su poder, sabemos que aunque estemos pasando por el valle de muerte, no estamos solos y que Él obrará en nuestro favor, en su tiempo y a su manera. Nada ni nadie es más grande y fuerte que Él. Bajo sus alas estamos a salvo (Salmo 91), pero cuando nos salimos de su cobertura, de su perfecta voluntad, corremos peligro, quedamos expuestos ante la furia del enemigo de nuestras almas.
El otro muro que los cristianos descuidamos mucho es nuestra iglesia, los hermanos que la conforman, no el edificio (aunque el Templo debe ser un lugar amado y anhelado). La iglesia fue creada para bendición nuestra, nos provee de muchas maneras cobertura espiritual a través de nuestros Pastores, líderes, ministerios y hermanos. El diablo sabe que un cristiano que tiene comunión con Dios y está integrado a una iglesia, es más fuerte, porque está protegido, rodeado de personas que lo cuidan a través de la comunión, enseñanza, ministración, exhortación y oración.
La esencia de la iglesia es su comunión con Dios y la unidad con sus hermanos. Dios quiere que vivamos la vida juntos, como una gran familia. A nuestro Padre Celestial le satisface que sus hijos se procuren, convivan y se lleven bien; que se ayuden, oren unos por otros, diversos versículos bíblicos lo confirman. Así que, debemos fomentar y mantener la paz de nuestra iglesia, y protegerla. ¿Cómo lo hacemos? Somos tantos, es difícil tener contacto con todos, nuestro tiempo y recursos son limitados, pero Efesios 4 dice que en cuanto a nuestro trato debemos ser humildes, amables y pacientes, tolerarnos y brindarnos apoyo. Que busquemos la unidad que el Espíritu nos da, concentrándonos en lo que tenemos en común, no en las diferencias. Compartimos la misma salvación y el mismo futuro con Dios, así que debemos aprender a estar juntos. Somos diferentes en muchas cosas, pero lo que Dios quiere es la unidad, no la uniformidad. No nos juzguemos, ni critiquemos, por lo contrario, si caemos, exhortémonos y ayudémonos a salir del pozo. Necesitamos amarnos a pesar de nuestras imperfecciones y errores, la ignorancia o inmadurez nos hace cometer imprudencias y nos daña. Hay quienes hieren intencionalmente, pero otros sin querer, en ambos casos, el perdón y la reconciliación, son el camino, no la separación. No hay iglesia perfecta, todas tiene su detalle, pero si Jesús es el centro, no será destruida. En Juan 17 encontramos que Jesús oró por la unidad de la iglesia.
Cuando no tenemos tiempo para convivir, o no podemos hacerlo por la situación que vivimos, hay un lazo que nos puede unir: la intercesión. Pablo oraba por el pueblo de Dios, pedía que el Espíritu Santo les ayudará, los hiciera crecer, les diera esperanza, fuerza y poder. Cuando oramos por otros nos unimos a su situación, nos identificamos, nos volvemos cercanos; abogamos por su causa, nos sensibilizamos y nos unimos como familia espiritual.
En buenos y malos tiempos, si quieres permanecer firme en Cristo Jesús, necesitas estar bajo sus muros, necesitas orar e interceder. Refuerza tu tiempo de oración y ponte en la brecha por tu iglesia. Confía tu petición a tus hermanos para no pelear solo tus batallas, al orar unos por otros fortalecerás tus dos muros, tendrás comunión con Dios y con tus hermanos.