"Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo". 1 Juan 2:1
El problema más grave del mundo es el pecado. Desde el principio de su creación, la humanidad se ha dejado seducir e ignora los preceptos de Dios. No busca a Dios, porque no quiere dejar de pecar, a pesar de conocer las consecuencias. El pecado se ha convertido en su deleite.
A algunos, ya nos cayó el veinte, seguimos batallando con el pecado, sí, pero ahora nos incomoda pecar, hasta nos duele pecar, por qué… porque el Espíritu Santo nos redarguye y nos revela nuestro error y sabemos que cuando pecamos, lo entristecemos al Espíritu Santo (Efesios 4:30). La Biblia, nos dice en repetidas ocasiones lo que es pecado y que no pequemos. Así que no podemos pasar por ignorantes al respecto. De hecho, desde pequeños, podemos distinguir el bien y el mal, solo que lamentablemente nos inclinamos por el mal.
“Todos pecamos” y el pecado nos aleja de la presencia del Señor, ante su Santidad es difícil permanecer de pie, por eso huimos en lugar de enfrentar nuestro pecado, como Adán y Eva, cuando pecaron, se escondieron (Génesis 3:8). Creemos que no seremos perdonados, sino desechados, y sí, esa es la consecuencia (si no nos arrepentimos), porque la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23), y el enemigo nos lo recuerda constantemente, para avergonzarnos y separarnos de Dios, y con ello, robarnos la oportunidad de la redención, pero…
Jesucristo cargó con el pecado de todos nosotros para salvarnos y conociendo nuestra naturaleza pecaminosa, se constituyó en nuestro abogado, para defendernos ante el Padre, cuando flaqueamos o caemos en pecado. Esto no significa que podemos pecar a nuestras anchas, porque Él nos perdona, no, eso sería abusar de la gracia y poner en evidencia nuestra iniquidad. Juan nos insta en su primera carta, primero a vivir en comunión con Dios, luego a no pecar, y esto nos debe quedar muy claro, que como cristianos no debemos pecar, porque Dios es luz y en él no hay tinieblas ni pecado, y si tenemos comunión con Él, andamos en luz y su sangre nos limpia de todo pecado (1 Juan 1:7). Luego nos dice, pero si pecan, es decir, si caen, no premeditadamente, si no que de repente les ganó la carne, entonces, encontraremos perdón a través de Jesús, nuestro abogado, porque siempre hay perdón para el pecado confesado con arrepentimiento genuino.
Un abogado defensor en esta tierra defiende la inocencia de su cliente, pero nuestro Abogado, admite nuestra culpa, paga nuestra deuda y súplica ante el Padre por nosotros. nos defiende, no de las personas a las que les hicimos daño, sino del acusador (Apocalipsis 12:10) el enemigo de nuestras almas que se quiere apropiar de nuestras vidas para destruirnos. Jesús, nuestro gran Abogado, nos defiende aun sabiendo que somos culpables. No para decir que estuvo bien lo que hicimos, sino para limpiarnos y desarraigar el pecado de nuestra vida. Y recalco, que Él se atraviesa por nosotros, no porque hacemos cosas “buenas” o porque somos “buenas personas”, porque estaría “sacando de la cárcel a asesinos”, si no por lo que espera que lleguemos a ser en Él, si nos dejamos limpiar y usar.
Jesús es la propiciación por nuestros pecados, el que nos expió por medio de su sacrificio. Borró nuestras culpas y apartó así la ira de Dios. El perfecto y sin defecto, el Hijo del Altísimo, el que descendió del cielo, estuvo dispuesto a pagar por nuestros cargos, y nos defiende hasta de nosotros mismos (porque somos los jueces más severos) con tal de salvarnos y reconciliarnos con Dios.
Jesús pagó nuestra penalización, éramos dignos de muerte y Él murió por nosotros. Murió por “todos” nuestros pecados, así que cuando el enemigo nos recuerda de un “nuevo pecado” ahora que somos cristianos, Jesús le recuerda a Dios, le dice a Satanás y nos repite a nosotros: ¡Ya pagué por él! Así que levántate, Jesús te hizo libre, guarda sus mandamientos y no sigas pecando.