
Todos conocemos a Dios como el mejor de los dadores. Todo lo creado lo hizo para nosotros. Es el gran proveedor, todo lo bueno procede de Él (Santiago 1:17). Los que buscan a Dios no tienen necesidad de ningún bien (Salmos 34:10), su promesa para el justo es que no lo desamparará, ni dejará que su descendencia mendigue pan (Sal. 37:25-37). Además, nos ha dado una herramienta eficaz para presentarle nuestras necesidades: La oración. No hay oración que no conteste. Nos ha dicho: “Pídeme y te daré como herencia las naciones” (Salmos 2:8). Cada día, podemos ver su amor y sus maravillas, y a veces sin pedir, llegan sus regalos. Su gracia y misericordia son infinitas aquí en la tierra. Jesucristo no solo da por gracia, también recompensa, es “El Galardonador”. Quienes le obedecen y le sirven, tienen una distinción especial. Jesús les paga por sus buenas obras y servicio. A Él no se le pasa nada, no olvida lo que nosotros hacemos y es el mejor jefe, porque es justo y benevolente y super espléndido, no escatima en dar, sus recompensas no tienen precio.
Cuando leemos Hebreos 11:6: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”, pensamos en la recompensa, ¿Qué recompensa anhela tu corazón? Física o espiritual, temporal o eterna. Casi todos esperan un pago por lo que hacen, incluso los hijos, cuando hacen mandados a sus padres, les quieren cobrar. Muchos esperan que Dios les pague lo que hacen, no con dinero, pero sí con favores, queremos que nos vaya bien y evitar las adversidades. La verdad es que deberíamos servirlo gratis, por gratitud, por todo lo que nos da sin merecerlo. Sin embargo, Dios es tan bueno que quiere premiarte, pero para recibir sus galardones necesitas creer dos cosas: que Él existe y que Él recompensa a quienes le obedecen.
Algunos hacen “buenas obras” por altruismo o por gloria. Otros sirven al mundo de alguna manera especial, incluso en el nombre de Dios, pero por raro que parezca no creen, ni buscan a Dios. Lo hacen para aparentar, por otros o para ellos mismos. Y por eso, Dios les dirá: “Apártense de mí, nunca los conocí”, (Mateo 7:21-23): así que, no tendrán recompensa divina, solo la que el mundo pueda darles ¿por qué? Porque les falta fe, viven en una realidad física, pero no tienen una relación personal con Dios, incluso, para algunos Dios ni siquiera es real.
Dios quiere recompensar a los hombres y mujeres de fe, personas parecidas a la lista de los ejemplos de fe de Hebreos 11, ellos fueron personas diferentes, en tiempos y en circunstancias distintas, pero con una cosa en común: su fe en Dios. Unos obtuvieron su milagro. Cosas imposibles en el sentido humano, pero no para Dios. Así como nuestros ojos ven las cosas materiales, la fe los llevó a ver las promesas del Invisible. Si ves y tocas, no necesitas fe. La fe va más allá de la razón, es más que una creencia o entendimiento, es aferrarse a lo que Dios nos ha dicho a pesar de las circunstancias. Nuestra fe en Dios puede parecer irrazonable para los hombres, porque pedimos cosas que no entran en lo común, pero por fe, hemos visto milagros, desahuciados sanos, estériles amamantando, muertos volviendo a la vida, victoria, sobre victoria. Porque nuestra fe no está en lo que pedimos, sino en el Dios que todo lo puede, en el que creó todo, en el dueño de todo, en el poderoso e invencible, en el que hace grandes cosas de la nada.
Otros hombres de fe de esa lista murieron sin alcanzar lo que querían en la tierra, pero lo visualizaron espiritualmente y le creyeron a Dios, porque lo que anhelaban no lo podían conseguir aquí en la tierra, sino en Dios. Sus ojos no estaban puestos en las cosas terrenales sino en Dios mismo. Nunca perdieron la fe, vivieron en fe, agradando a Dios, no querían morir, pero no le tuvieron miedo a la muerte, murieron en fe, creyéndole a Dios, quien les dio un mejor lugar, así que no perdieron su recompensa, la obtuvieron. La fe, no siempre es recompensada al momento, ni con cosas tangibles, pero es galardonada por Dios, quien siempre cumple lo que promete.
¿Qué te ha pedido Dios que hagas? A Noé le pidió un barco, que le tomó años construir y su gente se burló de él. A Abraham, que saliera de su pueblo, y anduvo por mucho tiempo como errante, sin casa, solo tiendas de campaña. Moisés, antes de llegar a ser el gran líder del pueblo de Israel, tuvo un nacimiento, infancia y una vida llena de conflictos. Dejo la gloria y la riqueza de Egipto por servir a Dios y lidereó a un pueblo duro de cerviz, y además de adquirir gran renombre en la tierra, fue a la Patria Celestial. Escribir de cada uno de los que sirvieron y obedecieron a Dios, nos llevaría mucho tiempo, porque la lista es larga. Solo necesitamos tener claro, que “por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros” y también murieron en fe (He. 11:33-34).
Si solo nos centramos en las calamidades que sufrieron los hombres de fe, seguramente tendríamos miedo a servir a Dios. Nos alejaríamos del cristianismo, pensando que así evitaremos las aflicciones, pero eso, no es así, Los no cristianos, también pasan por muchas vicisitudes, nadie se libra. No es que, al convertirte a la fe, vendrán las pruebas, lo más seguro es que el diablo te ataque diferente, porque trabaja mucho psicológicamente, haciéndote pensar que, si no siguieras a Cristo, eso no te pasaría, pero recuerda, él es un mentiroso. Todos, absolutamente todos, en algún momento seremos sometidos a prueba, así que la diferencia está en: ¿Cómo enfrentamos las pruebas? Con fe. ¿Quién está con nosotros? Jesús y, ¿Cuál será el resultado de la prueba? Recompensa.
¿Qué tan grande es tu fe? Suficiente para servirle, lo más seguro es que no te pedirá que te vayas al desierto, o construyas algo monumental sin darte recursos. Quizás simplemente te pida que des pan al hambriento, que ayudes a la viuda, que participes en los ministerios de tu iglesia, que enseñes a tus hijos a creer en Dios, que seas fiel a Él y no dejes de congregarte, ¿Podrás hacerlo? ¿Estarás dispuesto a darle tiempo, fuerza y dinero para participar en Su obra? O, ¿Preferirás tus cosas, tu comodidad y tus placeres, aunque te quedes sin recompensa? No, no pasemos por la vida sin dejar rastro y lleguemos al cielo con las manos vacías. Dios nos ha dado mucho, tenemos tanto para dar, que debemos ¡trabajar para el Señor! En casa con los nuestros, fuera de la casa con el prójimo y en la iglesia con los hermanos de la fe. Lo que hicieron y sufrieron esos hombres de fe, no es comparable con lo que a nosotros nos pueda pasar, nuestras épocas son diferentes, pero, esperemos tener la misma fe y derribar los obstáculos que se nos presenten.
El Señor regresará a la tierra, viene por nosotros, a recompensar a cada uno según su obra (Apoc. 22:12). Pronto Jesucristo se sentará en el trono como Juez Galardonador, Él probará nuestras obras y si pasan por su visto bueno, nos premiará por ellas. (2 Co. 5:10, 1 Co.3:11-15). ¿Estás listo para ese tribunal? ¿Alcanzarás galardones? No tienes mucho tiempo, necesitas aprender a vivir por fe y a servir.
¿Qué es lo que te impide servir? ¿Qué ocupa tu mente y tu tiempo? ¿Cosas o personas? Mi recomendación es que veas a la tierra no como tu morada permanente, sino como una casa temporal y dejes de aferrarte a lo de este mundo. Para seguir a Dios, necesitas cambiar de camino, abandonar actividades, e incluso alejarte de personas, pero debes recordar que todo lo que Dios te pidiere dejar, te lo recompensará al 100%. Las personas te pueden fallar y los placeres te pueden salir caros, pero lo que Dios te ofrece no tiene precio, ni fin. Servir al Señor es reconfortante y muy bien recompensado.
Mantengámonos firmes, Dios cuidará de nosotros, hará fructificar nuestro trabajo y nos galardonará en su momento.