Cuando los israelitas empezaron a apoderarse de la tierra que Dios les había prometido, ellos no lucharon lo suficiente al toparse con ciudades fuertes y ejércitos con carros de hierro, sino que prefirieron sacarles la vuelta y dejarlos allí. Y a los que dominaron los obligaron como esclavos, pero fue en parte solamente, porque no hicieron todo lo que Dios les había dicho: “Yo les cumpliré mi promesa, pero ustedes no deben hacer ningún trato con la gente que vive allí. Al contrario, deben destruir sus altares”.
Los israelitas no solo no dominaron a sus enemigos, sino que se mezclaron, permitiendo que sus hijos se casaran con ellos, adoptando sus costumbres y religiones. Este pecado hizo enojar mucho a Dios. Tan molesto estaba con ellos que dejó que los atacaran y les robaran lo que tenían, también permitió que los derrotaran sus enemigos, sin que ellos pudieran hacer nada para impedirlo. Cuando iban a pelear, Dios se ponía en contra de ellos, y todo les salía mal, tal como Él lo había advertido. Pero su comportamiento no mejoró, sino que era peor que el de sus padres, pues servían y adoraban a otros dioses, y tercamente se negaban a cambiar de actitud.
Dios era la fortaleza de Israel, Su presencia era la que los salvaba, la que les daba la victoria, sin Él estaban perdidos, así que al pueblo no le fue muy bien por su desobediencia, cosecharon de ella y un día Gedeón, uno de sus jueces, se preguntó: si Dios está con nosotros, ¿por qué nos pasa todo esto? ¿Por qué no hace milagros como cuando nos libró de Egipto? Nuestros antepasados nos han contado las maravillas que Dios hizo antes; pero ahora nos ha abandonado, nos ha dejado caer en manos de los madianitas. Y Dios mismo miró a Gedeón y le dijo: Pues eres tú quien va a salvar a Israel del poder de los madianitas. Pero además de tus propias fuerzas, cuentas con mi apoyo.
Dios pudo haber derrotado a sus enemigos desde el principio, pero no lo hizo, sino que permitió que se quedaran entre ellos; no borró a sus dioses, sino que los dejó para que fueran de alguna forma una trampa para ellos, para probar si teniendo otras opciones, verdaderamente querían obedecerlo a Él, al gran Yo Soy, , como lo habían hecho sus antepasados, y para que las nuevas generaciones aprendieran a pelear, desecharan las malas influencias y retuvieran su fe en Dios.
Nueva vida es lo que nos promete el Señor cuando nos acercamos a Él, una cobertura total, fe para esperar, fortaleza para resistir, poder para actuar, la condición es: Deja todo y sígueme (Mt. 19:16-30), pero eso nos cuesta trabajo. Estamos tan arraigados con nuestros hábitos, posesiones, costumbres y tradiciones del mundo, que preferimos dejar áreas en nuestras vidas sin modificar (que tarde o temprano nos hacen caer), en lugar de luchar y desarraigar de nuestra vida todo lo que nos involucra con el pecado. Conservamos amigos que nos separan de Dios porque piensan y quieren cosas diferentes a las Dios; en lugar de testificarles del amor de Dios, les seguimos el paso para no perderlos. Seguimos en nuestros deleites, parrandas, costumbres, anhelos, metas, en lugar de mirar el camino nuevo que Dios nos ofrece. A eso le llamó tratos con el enemigo. Cuando en lugar de romper sus cuerdas, fortalecemos los lazos.
A veces criticamos fuertemente la vida de los israelitas y nosotros hacemos lo mismo, solo que como no vemos un altar y un dios, pensamos que no es idolatría. Pero idolatría según el diccionario es regir la vida en base a los dictados de un ser humano o un bien material al que se "diviniza"; aceptar un modo de vida, es decir que una persona o una actividad sea más que eso marcando nuestra manera de vivir hasta convertirse en nuestro estilo de vida. Vivimos para ella o para eso. Algunas de las cosas que convertimos en ídolos son: el dinero (Mt. 6:19-24), cuando eres capaz de sacrificar todo con tal de conseguir un éxito material o te embarga la codicia y avaricia; el deporte o entretenimiento, (2 Ti 3:2-4), deleites que te apasionan y se vuelven tu actividad principal y haces a un lado las cosas de Dios; tu familia (Mt. 10:37), cuando la pones antes que a Dios, y en lugar de involucrarla en las cosas de Dios, la apartas solo para ti y te apartas de lo que Dios quiere que hagas. Tus amigos pecadores (Proverbios 1:10-18) cuando dirigen tus pasos al mal y te distraen de las cosas de Dios. Y hay tantas cosas que podemos endiosar, dándoles el primer lugar de nuestras vidas, de tal manera que nuestras acciones y emociones son dirigidas por eso tan importante para nosotros.
Cuando hacemos lazos con el enemigo, prácticamente lo estamos haciendo nuestro amigo, porque le concedemos poder sobre nosotros. Conformarse con el mundo y seguir sus corrientes, resulta algo fácil en la vida cristiana, pero eso nos hace mediocres, por no decir perdedores de las cosas divinas. La vida es una lucha constante. Para obtener todas las cosas incluso las espirituales, necesitamos esforzarnos, no rendirnos, ni conformarnos y mucho menos someternos ante los obstáculos. Necesitamos aprender a luchar y perseverar hasta vencer.
Sería muy fácil para Dios y para nosotros, que Él desarraigará de nuestras vidas aquello que nos estorba o nos hace caer, esa es debe ser nuestra oración: quita eso de mi vida, porque yo no puedo. Pero lo que aconteció a los israelitas, quedo escrito para nuestro provecho, para que podemos ver el propósito de Dios en todo para nuestras vidas: tenemos que aprender a luchar, nosotros somos los designados como Gedeón para exterminar a nuestros enemigos: los malos hábitos, las malas compañías, vanas costumbres, viejas tradiciones, deleites de la carne, etc., y debemos derribar nuestros altares profanos, es decir todo aquello que nos desvía de nuestro Dios. Pero no estamos solos, además de nuestra voluntad y dominio propio, contamos con el apoyo de Dios a través del Espíritu Santo.
Cambia tu actitud, vuelve tu corazón a Jehová, quita los dioses ajenos y sólo a Él sirve; Él te dará el poder para vencer y te librará de la mano del enemigo. Esfuérzate, tú puedes, no estás solo.
Julio 2012