La familia fue instituida por Dios y es la base de la sociedad, son dos verdades muy promocionadas y conocidas por todos, lo que a veces omitimos es que requiere de un buen cimiento: el amor.
La familia debe ser una comunidad de amor, resultado del amor de una pareja. Los hijos son el fruto y deben ser criados e impregnados del amor. Ellos aprenden a amar al ver el amor de sus padres y eso permite que el amor se vaya extendiendo hacia el resto de los parientes y de la sociedad, porque donde el amor impera hay buenas relaciones con todos y se comparte fácilmente.
La armonía familiar depende primero que nada de la relación de la pareja, del respeto, dedicación y cuidado entre ellos; del tiempo que se den y de una buena comunicación, que con los años se convierte en una llave a su favor, porque llegan a conocer tanto a su pareja que ya saben lo que quiere, lo que siente y hasta como reaccionara, así que lo tratan y le dan lo que necesita.
Una pareja que se ama y se lleva bien, es el escenario perfecto para que los hijos crezcan sanamente. Pero, así como el amor es algo que no se puede ocultar, el desamor también es muy obvio. Cuando una pareja tiene problemas de cualquier índole: económico, sexual o emocional y no los enfrentan correctamente, sino que buscando alcanzar lo que ellos creen que están bien se olvidan del amor que se profesan, convierten su hogar en una batalla campal lastimándose entre sí, y es muy difícil ocultárselo a los hijos, porque aunque intenten hacerlo, su situación afecta su conducta y sus tratos cambian.
Por eso antes de ser buenos padres, se debe ser buenos esposos. La pareja debe procurar cuidar y fomentar el amor que sienten entre sí. Dedicarse tiempo, buscar agradarse el uno al otro y hablar entre sí, produce cariño y confianza, hace que se mantengan unidos, revela el interés que se tienen y mantiene sana su relación. Ser atento, cariñoso y detallista con tu cónyuge resguarda tu matrimonio y evita conflictos con tus hijos. No dejen que el cansancio, la flojera, el egoísmo, las situaciones que enfrentan y los problemas, les roben los buenos tratos, que predominen los frutos del espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gal. 5:22-23). El maltrato emocional es tan malo como el físico, tu familia necesita ver que los amas sobre todas las cosas y que quieres estar bien con ellos.
Quizás tu familia no sea perfecta, quizás tengan más defectos que cualidades o mal carácter alguno de los miembros, pero es tu familia, así que debes ser amable con ellos; lo que se puedas corregir, hazlo; lo que no se pueda cambiar, supéralo. Recuerda que lo que tú no hagas por ellos, quizás nadie lo hará, porque es tu responsabilidad y no la debes delegar. Y nunca promuevas ni toleres: los gritos, los insultos ni las peleas, porque se salen de control y destruyen el hogar. Como trates a tu familia afectaras su vida para bien o para mal.
La tarea familiar es más sencilla con Dios, así que búscalo para que te dé fuerzas cuando estés cansado, para que te dé paciencia cuando la necesites, para no ser egoísta y buscar el bien común antes que el tuyo, para que cambie en ti lo que está mal y tú no has podido hacer, para perdonar las equivocaciones, aceptar tus errores y superar las pruebas, para que seas una buena pareja y buen ejemplo para tus hijos, pero sobre todo para que te ayude a guiar tu familia con mucho amor y autoridad de Dios. Con el tiempo verás que valió la pena sacrificarte e invertir en tu pareja y en tus hijos, porque cosecharás amor.
Marzo 2013