Como seremos humanos, necesitamos en todo momento de “buena compañía”, y nuestro cónyuge fue a la persona que elegimos. Digo “buena compañía”, porque no basta tener a alguien cerca si no es de bendición, necesitamos a alguien que nos dé amor, seguridad y ánimos.
¿Se acuerdan de lo que dijeron cuando
hicieron sus votos conyugales en la iglesia?
“Yo, te recibo a ti, como esposo(a) y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y, así, amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Resumiendo, dijeron: “En las buenas y en las malas contigo estaré”. ¿Qué significa esto? No es lo mismo que “por las buenas o por las malas”, definitivamente no. Significa que sin importar la situación que vivan, el uno estará para el otro. Hicieron un compromiso de amarse y estar juntos sin importar las circunstancias o situaciones que se les presen- ten, pues no se vale que sólo cuando los días son buenos, estemos ahí y cuando las cosas se pongan grises o incluso negras, salgamos huyendo.
Tener problemas es malo, pero más feo es que no sepamos reaccionar bien ante ellos. Lamentablemente la verdadera naturaleza de las personas sale a relucir en las crisis, así que debemos trabajar con nuestro carácter y emociones, para que nuestro matrimonio no sufra estragos por causa nuestra. Cuando surgen los problemas se deben enfrentar en el momento para superarlos. Nuestra personalidad, es algo que debemos someter a Dios diariamente. No reaccionemos en la carne, porque explotaremos, buscaremos culpables y trataremos mal a nuestra pareja, seamos espirituales para atender los conflictos, busquemos reflejar el amor de Dios y la obra del Espíritu Santo en todo tiempo. Hay días en que no se agradarán el uno y al otro, que preferirán estar solos, pero, aunque estemos en nuestro peor momento, debemos amarnos y respetarnos. Si es cierto que a veces el silencio y/o el espacio entre los dos puede ser beneficioso, debe ser solo por un tiempo moderado, si no será nocivo.
Así que, recapitulando, para estar bien en las buenas y en las malas, necesitamos atender primero nuestra situación emocional y espiritual, para ser de bendición para nuestra pareja. Vivir con alguien que no tiene a Cristo, que no tiene modales, que es agresivo o una mala persona, no es bueno para nadie. Así que, si quieres tener un buen matrimonio, necesitas primero dejar a Cristo entrar en tu vida. No trates de cambiar a tu pareja, primero cambia tú. Permítele al Espíritu Santo, que te guíe y te muestre tus áreas débiles. Si tú estás sano espiritualmente, serás de ayuda y no de tropiezo. Querrás salvar a tu pareja y a tu matrimonio. Si no, tu primera y única opción será abandonar el barco, sin importar que eso afecte a tu familia dolorosamente.
Lo he dicho y repetido muchas veces: La vida conyugal es toda una odisea, complicada sí, pero llena de bendiciones. Siempre será mejor estar acompañados que vivir solos. Dios nos hizo para vivir en pareja, para amarnos, cuidarnos y ayudarnos, si no fuera así, no hubiese instituido el matrimonio. No nos hubiera hablado de la ayuda idónea, ni hubiese pedido que nada nos separare. Yo creo, no digo que la Biblia lo diga, que Dios nos creó el uno para el otro, podríamos decir que en pareja. Así que cuando vengan las pruebas y las diferencias debemos resolverlas de común acuerdo, con la ayuda de Dios. Si Dios confirmó nuestro matrimonio antes de casarnos, Dios nos ayudará a salvarlo. Por eso la importancia de casarnos bajo la voluntad de Dios y no con la primera persona que se nos atraviese o que nos guste.
Leyendo sobre consejería matrimonial,
me encontré con 2 palabras aplicadas al matrimonio PERMANENTE E IRREVOCABLE.
Dios fundó el matrimonio no sólo para formar familias, sino para protegerlas, así que, si aplicamos estas 2 palabras a nuestra relación matrimonial, puede cambiar nuestra mentalidad en cuanto al tiempo de la duración de nuestra relación matrimonial. ¿Saben lo que significa permanente? Que se mantiene sin interrupciones, por siempre y para siempre. ¿Saben lo que significa irrevocable? Que no se puede anular, que no te puedes echar para atrás. Aunque en el matrimonio las parejas tienen problemas, se resuelven, se adaptan y siguen funcionando. El divorcio no debería ser una opción, salvo en casos extremos, después de muchos intentos por salvar tu matrimonio, de mucha oración y del visto bueno de Dios. El matrimonio es un pacto eterno de amor que hay que cumplir con Dios y con nuestra pareja.
El matrimonio tiene sus cosas buenas y otras no tan buenas, pero debemos cuidarlo y atenderlo. Hay situaciones que debilitan una relación matrimonial: las rutinas, los malos tratos, los descuidos y olvidos, las muchas responsabilidades como los hijos y el trabajo, que nos envuelven, agotan nuestro tiempo y nuestras fuerzas, pero debemos procurar mostrar el amor a nuestra pareja y pasar tiempo de calidad. Alejarnos de nuestra pareja y de Dios, son cosas fatales. El amor es la mejor herramienta para mantener funcionando un matrimonio. Si bien es cierto, que somos imperfectos y erramos mucho, el amor todo lo sufre, todo lo espera, todo lo soporta, el amor no debe dejar de ser. No dejemos que nada ni nadie cambie el amor que sentimos por nuestra pareja, esa es la clave para mantener algo para toda la vida. Cantares 8:7 NTV dice: Las muchas aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos pueden ahogarlo. Si tu relación se ha deteriorado, comienza el cortejo de nuevo, trata a tu pareja como cuando eran novios y vuélvete a ganar su corazón. Yo disfruto la compañía de mi marido, en las buenas y también en las malas, porque lo amo, después de más de 40 años de estar juntos, he aprendido a amarlo, así como es. Dios nos ha bendecido con tantas cosas buenas, hemos disfrutado de la abundancia, pero también hemos sido afligidos, a nuestra puerta ha llegado la enfermedad, la escasez, la desgracia, las diferencias y los conflictos, pero Dios nos ha ayudado a superarlos. Me gusta despertar y verlo a mi lado. Me encantan sus piropos y elogios. Que mi cuide cuando estoy enferma, que me enseñe y no me gusta tanto que me regañe cuando algo no hago bien, pero lo aprecio. Le agradezco a Dios que esté ahí para llorar sobre su hombro cuando las cosas se complican y que me anime cuando nos agobia algún problema. En las buenas y las malas quiero estar para él y que él esté siempre conmigo.