La mayoría de la gente reconocen el trabajo de unos buenos padres, es decir que sabe lo que hacen, pero los hijos muy poco lo valoran, o al menos esa es la impresión que dan cuando cuestionan lo que les dicen, quizá sea porque creen que sus padres lo hacen pensando en ellos mismos y no en sus hijos. A veces dan la impresión algunos de que quisiera cambiar de padres, si se pudiera.

La mayoría no se queja de falta de amor, sino de que son muy estrictos y regañones, pareciera que las reglas opacan el amor. No se han puesto a pensar, que imponen reglas porque las necesitan, y si gritan, es porque no las obedecen. Los hijos requieren disciplina porque se portan mal, pero a diferencia de ellos, aunque desobedezcan, el amor de los padres sobre pasa todo y no los cambiarían por otros, ni, aunque fueran mejores que ellos, más agradecidos, ni más agraciados.
A los hijos no les gustan las órdenes, ellos quieren vivir a su manera, sin obstáculos, sin presiones, ni restricciones, pero se olvidan de qué Dios les dio a sus padres para amarlos y cuidarlos, pero también para educarlos. Las reglas no para controlarlos, sino para convertirlos en mejores personas, protegerlos del mal y detenernos de hacer lo malo, pues si hacen lo malo y perjudican a otros, habrá consecuencias y ellos quieren al igual que Dios que sus hijos vivan sobria justa y piadosamente (Tito 2: 12) en paz con todo el mundo.
Lo que no nos gusta a los padres es la desobediencia. Los hijos piensan que, con decirles una frase cariñosa, darles un abrazo y un beso u obsequiarles un regalo en una ocasión especial les manifiestan que los ama, eso es bueno y agradable, alegra el oído y el corazón de cualquier padre, pero no es suficiente, porque el verdadero amor se demuestra con hechos y más específicamente con obediencia, Dios busca eso mismo en sus hijos (1 Samuel 15: 22). La obediencia de los hijos es más que cumplir con reglas, es considerar a los padres antes que sus deseos, comodidades o hasta necesidades, porque en la mayoría de los casos se requiere un sacrificio, pues sino no fuera tan difícil cumplir con las reglas. Es probable que si los hijos entendieran el ¿por qué? de cada regla que les imponen, les sería más sencillo obedecerlas, pero deberían atender a las palabras de sus padres, aunque no les den razones, ni comprendan su manera de actuar, debería bastarles saber que los aman y desean lo mejor para ellos.
El problema en todas las relaciones interpersonales es el egoísmo. Nos gusta pensar en nosotros antes que en los demás, y esto incluye a la familia. Hay un refrán que dice: “Primero están mis dientes que mis parientes”, los cristianos para cambiar eso, usamos la palabra “DOY” que significa D=Dios primero, O=Otros después y la Y=Yo al último, para lograr pensar y vivir esto, dejemos que Dios llene nuestro ser, que Él guíe nuestros pensamientos y acciones, vivamos de acuerdo al ejemplo de Jesucristo que se entregó en la cruz del calvario por amor a la humanidad. La base de una buena relación con nuestra familia es el amor y el respeto. Dios pretende una perfecta armonía entre padres e hijos, desea ayudarnos y guiarnos para conseguirlo, por eso nos da lineamientos en la Biblia. Si cumplimos con la Palabra de Dios seremos mejores personas, nuestros hijos serán más responsables en cuanto a sus tareas y no tendremos que imponerles tantas reglas, porque Dios mismo conducirá los pasos de nuestros hijos por el camino del bien.
Papá y mamá, no importa si sus hijos aprecian lo que le dan, sus esfuerzos, desvelos y desmañanadas, traten de seguir siendo los mejores padres. Siéntanse realizados cuando dan, cuando los corrigen y les enseñan, si les sirve de consuelo, Dios conoce su sentir pues a Él, nosotros sus hijos, le hacemos lo mismo y no por ello deja de amarnos o de ser fiel a sus bondades (2 Timoteo 2:13).
Hijos no te desesperen con las reglas, ni esperen a convertirse en padres para experimentar en carne propia lo de imponer reglas para entender a sus padres. Ustedes siempre buscan que los entiendan, pero acaso ustedes han considerado lo que sus padres esperan de ustedes, en lo que quieren verlos convertidos, que ellos piensan más en ustedes que en ellos cuando les imponen reglas.