Creo que todos quisiéramos ser perfectos y tener a la pareja perfecta, los hijos perfectos, la casa perfecta, el trabajo perfecto, todo perfecto. Pero ¿qué tan posible es eso?
Has escuchado la frase: “No hay matrimonio perfecto”,
y la razón que te dan es: “porque no hay personas perfectas”, pero la Biblia nos dice que debemos ser perfectos
como nuestro Padre celestial (Mateo 5:48).
Él no nos pediría algo que fuese imposible.
Cuando el joven rico le preguntó a Jesús qué tenía que hacer para entrar al cielo, le dijo: “Guarda los mandamientos”, y luego añadió, “pero si quieres ser perfecto: vende lo que tienes y dalo a los pobres, y sígueme”. ¿Qué quiso decir? ¿Qué la riqueza es un obstáculo para ser perfecto? No lo creo. Jesús retó al rico a dejar su riqueza porque las cosas materiales se habían convertido en su tesoro y ocupaban todo o casi todo su corazón. Hay personas que creen que las riquezas son señal del favor de Dios, que representan prosperidad y bendición, así debería ser, pero lamentablemente a veces la riqueza tiende a corromper a las personas. El dinero les da independencia y tanta estabilidad, que piensan que no necesitan a Dios o viven tan satisfechos materialmente hablando, que no anhelan las cosas espirituales. Se enamoran del dinero y de lo que puede hacer, sin ver que es la raíz de muchos males (1 Tim. 6:10). Por codicia, arrogancia y avaricia, se desvían de la fe y pierden a sus familias y lo más terrible: la vida eterna.
Siguiendo con el tema de la perfección, en Filipenses capítulo 3, podemos apreciar que el apóstol Pablo, como el joven rico, cumplía la ley, pero se dio cuenta de que cono- cer a Jesús era mejor, y dijo: “Las cosas que eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo” (v.7). Dejó de poner su confianza en las cosas que tenía y hacía, desechó como basura lo que le estorbaba para ganar a Cristo. Quería vivir con Él, para Él y en Él toda su vida, eso es buscar la perfección. Empezó a imitar a Cristo. Pablo podía sentirse orgulloso de todo lo que había cambiado, pero reconocía que le faltaba más cuando expresó: “No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí” (v. 12 NVI). Su meta era llegar a la estatura del varón perfecto (Efesios 4:13). Sabía que eso no lo lograría con tan solo desearlo, ni con sus propios esfuerzos, sino a través de una relación íntima y de servicio a Dios.
La mayoría interpreta la perfección como algo imposible, y presuntuoso si no la acreditamos (obvio que nos falta mucho), pero a través de la justificación en Cristo Jesús, iniciamos el proceso de la santificación y perfección, no por nuestras obras, sino por la obra del Espíritu Santo en nosotros. En Cristo es que podemos ser perfectos y si somos perfectos, deberíamos tener matrimonios perfectos o ¿no? Los matrimonios se forman con dos personas que, si quieren un matrimonio perfecto, deberían primero buscar ser perfectos ellos.
Hay muchos matrimonios que no son cristianos que tienen muchos años juntos y son felices, porque se aman y respetan, son “buenos” matrimonios, pero la perfección no se logra sin Jesucristo, así como no es suficiente ser bueno y hacer buenas obras para ir al cielo; sin Cristo en el corazón solo lograrás ser bueno, incluso muy bueno, pero no salvo ni perfecto.
Jesús invitó al rico a renunciar a sus riquezas y a Pablo, que era fariseo, a la política y a su religiosidad, para ser perfectos. Quizás ninguna de esas cosas sean tu problema, pero ¿qué cosas crees que Dios te pediría que dejarás para ser perfecto? Porque lo que Jesús quiso decirle al joven rico, que Pablo entendió y que nosotros debemos saber es que, para ser perfectos, Dios debe ocupar el primer lugar en todo y lo debemos demostrar obedeciendo sus reglas e imitando a Jesús.
Dejar cosas por Él y seguirlo no debería ser un sacrificio, sino una bendición. Al hacerlo, Él transforma nuestros sentimientos y emociones, nos hace nuevas criaturas y la gente lo nota. Cuando tenemos una buena re- lación con el Señor, la obra del Espíritu Santo es evidente: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, lo que necesitamos no solo para ser buenos cristianos, sino para tener buenas relaciones. Porque lo que destruye a un matrimonio son las obras de la carne: malos tratos, infidelidades, gritos, contiendas, celos, egoísmo.
Lamentablemente, a muchos, como al joven rico, se les dificulta dejar “sus cosas o hacer a un lado al “yo”. Prefieren seguir igual, aunque eso implique un matrimonio infeliz, o un divorcio. Y podríamos defendernos, echarle la culpa al otro, que por que es inconverso, infiel o iracundo. Dios conoce su situación, usted mantenga un buen testimonio, sea luz en su casa, Dios se encargará del resto.
¿Cree que es imposible tener un matrimonio perfecto? Quizás es porque no sabe lo que es ser perfecto. Usaré mejor los sinónimos que más me gustaron para describirlo: completo, ideal, correcto, excelente, incomparable, inestimable, óptimo y precioso. A veces en nuestro afán de tener un matrimonio perfecto a “nuestra manera”, nos olvidamos de los principios de Dios y nos volvemos más imperfectos, imponiéndonos cargas que no podemos sobrellevar y obligando al otro a pensar o ser igual que nosotros. La perfección del matrimonio no radica en nosotros, sino en la obra del Espíritu Santo (Sus frutos) y el amor de Cristo, un amor capaz de todo como el de 1 Corintios 13. Es probable que no seamos muy agraciados y tengamos pocos talentos, pero si tenemos a Dios, lo que tenemos será suficiente para hacernos especiales. El amor cubre multitud de errores. Además, sin importar nuestras virtudes e imperfecciones humanas y las de nuestra pareja, Dios nos hace más sensibles y tolerantes. Quizás no seas la mejor cocinera del mundo, pero siempre hay comida en tu casa. Quizás no seas el hombre más habilidoso de la tierra, pero cuando algo se descompone en tu casa te haces presente o buscas ayuda para solucionarlo. Cuando podemos apreciar la obra de Dios en nuestras vidas, valoramos lo que tenemos y hacemos. Lo que necesitamos es manifestar el amor de Dios a través de acciones concretas: siendo más cariñosos, expresivos y manteniendo una comunicación estrecha.
No te preocupes tanto por cambiar, ocúpate más en pasar tiempo con Jesús y tu pareja. Ama como Dios nos ama, por gracia y no por obras. No esperen llegar a ser perfectos de inmediato, ni por sus propios esfuerzos (Gálatas 3:3 NTV), si lo hacen, se desilusionarán. Como pareja sean mejores hoy de lo que fueron ayer, y sean mejores mañana de lo que son hoy. Y aprendan a dominar su lengua, si lo hacen, serán perfectos (Santiago 3:2).
Dios te dice: Anda delante de mí y sé perfecto (Gen. 17:1b). Nunca nos demos por vencidos cuando caemos o nos enojamos, aferrémonos al Señor, dejemos que nos moldee, aunque nos cueste. La Palabra de Dios es la mejor herramienta que tenemos para corregirnos y enseñarnos a ser perfectos (Col. 1:28; 2 Timoteo 3:17). Concluyo con estas palabras: Un matrimonio perfecto, no es que no haya diferencias, errores, ni problemas, sino la manifestación plena del amor de Dios en nuestras vidas. Un matrimonio perfecto es estar el uno para el otro y compartir nuestras vidas con Dios.