Tenemos un Dios tan bueno, que piensa en todo. El hombre fue su especial creación, la mujer una gran manifestación de amor hacia él. Quería que no se sintiera solo, que alguien le ayudara y que fuera feliz.
Dios en el principio de los tiempos instituyó el matrimonio: uno con una y para siempre. Jesucristo lo recalcó para que no hubiese duda alguna, cuando le preguntaban sobre el divorcio: ¿No han leído que al principio el Creador los hizo varón y hembra? y les dijo: "Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. Así, pues, ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre" (Mt 19:4-6).

¿Dos personas pueden vivir juntas para siempre? La respuesta es sí. La Biblia lo afirma y hay millones de parejas que lo han experimentado. La clave está en el amor a su pareja y a Dios, amor que transforma y nos lleva a amar sin condición, recuerden cordón de tres dobleces no se rompe pronto (Ec. 4:12).
Para nuestros antepasados el divorcio no era algo común, la gente a pesar de sus diferencias y dificultades permanecía juntos, no solo porque consideraban el divorcio como algo malo ante los ojos de Dios, sino porque luchaban por salvar sus matrimonios. Pero ahora, los hombres no piensan en lo que Dios quiere, sino lo que ellos desean. Las parejas se casan para intentar un buen matrimonio, pero pensando que si no se llevan bien, se separan; este pensamiento lo único que ha hecho es predisponer a las parejas al fracaso matrimonial, pues no se esfuerzan en superar sus conflictos, sino que toman la salida fácil: la separación. El amor parece que nunca existió o se les acabó, pero simplemente es porque no saben amar.
El amor es un sentimiento que se manifiesta en hechos, y 1 Corintios 13 se nos dice exactamente como es el amor. Lamentablemente muchos matrimonios viven sin considerar que Dios sigue esperando lo mismo de la unión de una pareja, que sea para siempre, pues cuestionan ese pensamiento divino porque la Biblia menciona la palabra divorcio. Sin considerar que Moisés les permitió divorciarse por la dureza de su corazón, porque los hombres son muy tercos y no quieren obedecer a Dios. Pero Dios, desde un principio, nunca quiso que el hombre se separara de su esposa (Mt 19:7-8 TLA).
El hombre muchas veces se ama más a sí mismo y espera mucho más de lo que ofrece a su pareja, eso es ser egoísta, porque el pensamiento del que ama es: dar y no el de recibir. Y aunque una buena relación debe ser recíproca, debemos considerar también que veces hay factores circunstanciales que cambian las actitudes de nuestra pareja y eso no debe llevarnos al enfrentamiento y a los reclamos, sino que debemos tener paciencia y ser amables como lo manifiesta la Palabra. Si nos enojamos por cualquier cosa y no la pasamos recordándole a nuestro cónyuge lo malo que nos ha hecho, entonces nos volveremos insoportables y en lugar de que nuestra pareja quiera estar con nosotros, se alejará. Hay muchas situaciones como éstas que despiertan malos sentimientos en las personas como la arrogancia, el orgullo y hasta la envidia, porque se ponen en primer lugar ellos, sin considerar a su pareja y en lugar de bendecirse hasta se maldicen, cuando el verdadero amor no es grosero y es capaz de aguantarlo todo, de creerlo todo, de esperarlo todo, de soportarlo todo (1 Co. 13). Una pareja que no actúa bajo la guía de Dios vive mal y se sienten esclavos de su cónyuge, todo les parece carga y lo único que quieren es recuperar su libertad. Se olvidan de que no son dos, sino uno, y que el divorcio les hará más daño. Lo mejor es restaurar su relación, y Dios puede ayudarles.
La muerte es la única razón que debe separar un matrimonio (1 Corintios 7:39), porque aún la infidelidad (Mateo 19: 9 TLA) que fue la causa de divorcio que dio Moisés, puede ser perdonada como nos muestra Dios en el libro de Oseas, cuando el profeta perdonó y perdonó a su esposa a pesar de sus infidelidades, para mostrarnos que así hace Dios con nosotros, y por otro lado, Jesús dice que debemos perdonar siempre (Mateo 18:21-22). Aclarando que el perdón se le da a la persona arrepentida y dispuesta a cambiar y que esto no debe darnos pie a la infidelidad matrimonial.
Hermanos, que ningún hombre los separe, que ninguna acción o situación los distancie, no permitan que nada, ni nadie le haga daño a su relación, Dios quiere bendecirlos. No permitan que el orgullo y la ira frustre su vida matrimonial. Entréguense día a día, no guarden resentimientos, perdónense sus ofensas, así como el Padre nos perdona, vivan el uno para el otro y verán que serán muy felices.