Uno de los temas más predicados en la iglesia es el perdón. Algo que necesitamos obtener cuando hacemos algo mal y dar cuando alguien nos lo hace a nosotros, porque dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar. Pecamos de palabra hecho y hasta pensamiento. A algunos les hacemos daño sin querer, hasta con una mirada o una insinuación, y eso lamentablemente es porque están lastimados ya y todo lo toman a mal.
A veces sin querer ofendemos a alguien y no nos damos cuenta hasta cuando nuestra relación se ve afectada.
En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de justicia, una justicia racional y sin misericordia: "si lo hizo que lo pague". Las cosas no se pueden quedar sin castigo, necesita aprender, que le cueste, que le duela como a mí. Esto la mayoría de las veces sólo esconde nuestro afán de venganza. El evangelio de Jesucristo proclama otra cosa. La lectura bíblica en Mateo 18: 15-22 nos dice que si ellos tenían problemas, los arreglaran solos para restaurar su relación y si eso no sucedía, entonces se intentaba a través de intermediaros, es decir con testigos, y si aun así no se corregía el asunto, entonces era evidente que esa persona estaba mal, se había endurecido como roca, no sabía perdonar, o reconocer su error, así que sería considerado pagano.
Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús, hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque al parecer llevas la cuenta de las ofensas. Una más y se acabó. Jesús les dice: "setenta veces siete" = 490, no podemos entenderlo literalmente; lo que quería decir es que hay que perdonar siempre. Porque el perdón que nos enseña Dios tiene que ser, no un acto simplemente, sino una actitud, que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Después continúa hablando del poder de la oración, cuando estamos unidos. Enfocando que Dios nos quiere unidos y en paz, porque Jesús nos vino a reconciliar.
Dios nos ha perdonado, Él es el más grande ejemplo. Pero algunos, les cuesta perdonarse a sí mismo, siente culpabilidad cuando hicieron algo malo, creen no merecer el perdón de Dios ni de la gente, pero Jesús vino a deshacer las obras del mal, a convertirnos en mejores personas, por eso terminamos recibiendo su perdón porque lo necesitamos. Pero lo más difícil para todos, es perdonar al que nos hace daño. Y hay mucha gente en este mundo, llena de amarguras y resentimientos, porque no perdona.
El perdón es una de las grandes manifestaciones del amor. El perdón debe eliminar el deseo de venganza, la separación, el rompimiento de relaciones, el perdón es restauración, reconciliación es hacer las paces.
¿Cuánto somos capaces de perdonar? poco, todo o nada. En la oración del “Padre nuestro” rogamos que se nos perdone, como se nos ha perdonado y la palabra dice en Mateo 6, que lo mismo hará con nosotros el Padre del cielo. ¿Será verdad que el perdón de Dios depende del nuestro? ¿Dios condiciona su perdón por nuestras propias acciones?, por increíble que sea, nosotros mismos nos cerramos al perdón, eso quiere decir, que si no perdonamos a los hombres sus pequeñas ofensas, como esperamos que Dios perdone nuestras grandes iniquidades. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. Su amor es siempre perdón y nos lo otorga, aun sin merecerlo. Su perdón está disponible, pero solo nos hará bien si lo aceptamos y nos dará la capacidad de perdonar a los demás.
El perdón y el buen trato a quienes nos han hecho daño son ciertamente difíciles, pero no imposible. Además, es conveniente y necesario porque nos lo ordena muy estrictamente Dios. Si realmente nos diéramos cuenta de cómo somos, de cuánto le fallamos a Dios y a nuestros semejantes, podríamos comenzar a ser más comprensivos, más tolerantes con los demás.
No es fácil perdonar, como no es fácil amar, parece que va en contra de nuestros instintos y de lo razonable. Los razonamientos nunca nos convencerán de que tenemos que perdonar, sino que nos dirán porque no hacerlo. Es Dios quien nos invita a hacerlo, y nos hace ver que no es hacer un favor al otro, sino vivir el amor de Dios, que nos da paz, armonía interior y bienestar. No sólo el ofendido necesita perdonar para ser humano, también el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad. Cuando el hombre se encuentra con sus errores diarios, necesita saber de qué las posibilidades de rectificar siguen abiertas, eso es el perdón de Dios.
Él nos exige amar como Él nos ama. Y él nos amó hasta la muerte a pesar de nuestras faltas, de nuestras infidelidades para con Él. Nuestra naturaleza humana herida, nos inclina a la venganza, al rechazo, a la separación, pero debemos buscar a Dios en la oración. Debemos orar para perdonar. La falta de perdón ensucia el alma, y Dios, que todo lo ve y todo lo conoce, se da cuenta de nuestros sentimientos ocultos en contra de nuestros semejantes. Una buena oración es como la del Padre nuestro: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Al repetir esa frase, piensa en los que te han ofendido y ponlos ante el Padre Celestial, diciendo lo que te cuesta hacerlo, pero que tu deseo es obedecerlo y estar bien con todos.
El que perdona la ofensa cultiva el amor; el que insiste en la ofensa divide a los amigos.
Proverbios 17:9 NVI