Salmo 119: 169-176
Esta es la última porción del gran Salmo 119, enfocado al amor hacia la Palabra de Dios. Así que podemos decir que el Salmista termina diciendo:
“Llegue mi clamor delante de ti, oh Jehová; dame entendimiento conforme a tu palabra”. (v. 169) Con gritos y súplica, le dice a Dios: “no quiero solo aprender versículos o entender lo que pides, sino pensar como tú, que tu Palabra modifique mis pensamientos y sus acciones”. El apóstol Pablo dijo en Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Y esa voluntad está implícita en las Escrituras, y el salmista lo sabía muy bien, así que, si nos empapamos de ellas, estaremos cambiando nuestro ser y aprendiendo a sujetar nuestro cuerpo.
“Llegue mi oración delante de ti; líbrame conforme a tu dicho”. (v. 170) Sus peticiones las basaba en las promesas de Dios: “lo que tú dijiste mi Dios, cúmplelo en mí. No quiero otra cosa, más que hagas conmigo lo que tienes en mente, quiero ser lo que tú has dicho que seré conforme a tu Palabra”. El salmista confiaba plenamente en Dios, porque creía lo que él decía. Muchas veces cuestionamos la Palabra de Dios, o dudamos que no es para nosotros, pero si Dios lo ha dicho, lo hará, solo necesitamos orar y esperar, porque Dios es fiel y verdadero, Él es el Amén.
“Mis labios rebosarán alabanza cuando me enseñes tus estatutos”. (v. 171) El salmista quería alabar a Dios, quería saber más de su Palabra, retenerla y vivirla, sabía muy bien, que cuando él aprendiera correctamente las leyes de Dios, él sería plenamente feliz, pondría Dios un canto de alabanza en su boca y viviría agradecido, dándole la honra. Esa debería ser nuestra meta: alabarlo en todo y por todo, incluso por lo malo que nos acontezca. Aprendamos a alabar a Dios aquí en la tierra, porque muy pronto, viviremos una eternidad glorificando su nombre.
“Hablará mi lengua tus dichos, porque todos tus mandamientos son justicia”. (v. 172) El salmista tenía una fe ciega en Dios, sabía que su Palabra era infalible y quería declararlo con su boca, Dios es bueno, justo y sabio, por eso nunca se equivoca. Su justicia es eterna y aplicada con amor, porque perdona y restaura. Tantas cosas es Dios, tantas cosas nos ha dado, que no deberíamos permanecer en silencio, todo aquel con el que tuviéramos contacto debería saber por nuestros labios las verdades y los principios de Dios.
“Esté tu mano pronta para socorrerme, porque tus mandamientos he escogido”. (v. 173) Cuando el salmista debió estaba en problemas, necesitaba ayuda, y quizás tuvo varias opciones para salir de sus problemas, pero él escogió la provisión de Dios, escogió aferrarse a sus promesas y verlo obrar en su vida. Que tan prontos somos para pedirle ayuda a Dios, o primero tratamos de resolver nuestros problemas solos o a través de los consejos y ayuda de otros, que quizás tengan la mejor intensión y las mejores formas para solucionar problemas similares a los nuestros, pero que no son Dios. El Señor debería ser el primero en escucharnos y nosotros deberíamos apegarnos a su amor y a su justicia para alcanzar la victoria.
“He deseado tu salvación, oh Jehová, y tu ley es mi delicia”. (v. 174) El salmista realmente anhelaba que Dios fuera quien lo rescatara, gozarse en sus dichos y vivir conforme a ellos. Es a través de la Palabra que Dios modifica nuestra vida, nos convierte en nuevas criaturas y nos da propósito.
“Viva mi alma y te alabe, y tus juicios me ayuden”. (v. 175) Sálvame Señor, déjame vivir para alabarte, en medio de mis problemas tu Palabra me sostenga, pero también me guíe a esos pastos verdes que tú has preparado para mí. Llegar a la posición del salmista de vivir para Dios, es hermoso, porque él encontraba todo su bien en Dios y su Palabra le recordaba todos los días cuando meditaba en ella, las dulces promesas de nuestro Padre amado. El salmista era dependiente de Dios, conforme más lo conocía, más quería estar con él. Muchos cristianos se enfrían y se alejan de Dios porque no se sumergen en la Palabra, porque no la leen, porque no la creen, porque no la viven. Esa palabra bendita, nos permite vivir una vida piadosa y útil, y nos fortalece y prepara para vivir de victoria en victoria.
Yo anduve errante como oveja extraviada; busca a tu siervo, porque no me he olvidado de tus mandamientos”. (v. 176) Esta frase nos hace pensar que el salmista no siempre estuvo cerca de Dios, se alejó por un tiempo, pero su Palabra siempre estuvo presente y fue la que lo hizo regresar al redil del Gran Pastor. Los humanos somos frágiles y nos equivocamos muy a menudo, consciente o inconscientemente, como Pablo lo dice en Romanos 7:21, queriendo hacer el bien, termino haciendo el mal; vivimos una lucha constante entre la carne y el espíritu, pero eso no quiere decir que no podamos estar con Dios, lo que debemos hacer es pedir perdón y volver a la Palabra, pues las puertas de Dios siempre están abiertas para nosotros, mientras hay vida hay esperanza de reconciliación con el Padre y solo Él, tiene pa- labras de vida eterna.