Las parejas que se aman, normalmente se llevan bien y terminan uniendo sus vidas. Uno de los secretos para tener un matrimonio exitoso, es ser más que esposos, que quiero decir con esto, reforzar la unión siendo amigos, cómplices y colaboradores. Hace muchos años alguien me preguntó que si marido era mi mejor amigo, y yo la pensé mucho, creía que solo era el amor de mi vida, pero con el tiempo, descubrí que era mucho más.
El matrimonio es toda una odisea, que para salvaguardarlo se necesita cuidar el amor, rodeándolo de todo lo que necesita. ¿Qué necesita? Alguien que lo escuche y lo comprenda, como los amigos. Alguien que lo motive y lo apoye en la toma de sus decisiones, un cómplice y alguien, que le ayude con su trabajo, un compañero. Obvio que con esto no estoy diciendo, que no necesitas relacionarte con nadie más, de hecho es necesario y sano tener contacto con tus familiares, amigos y compañeros, pero es super bueno compartir todo con tu pareja y encontrar en ella lo que necesitas, y saben una cosa, ¡si se puede!
En esta ocasión quiero abordar el tema de la complicidad que es una unión especial, se establece entre personas que juntos participan en una misma acción, otras palabras similares para describirla son: afinidad que el diccionario describe como: Coincidencia de gustos, caracteres u opiniones en dos o más personas, y solidaridad, que es: Adhesión o apoyo incondicional a causas o intereses ajenos, especialmente en situaciones comprometidas o difíciles.
La complicidad es parte esencial de una relación de amistad y de pareja. Ser cómplice de alguien, se escucha muy bonito, y lo es, pero también conlleva riesgos. En el término legal, cuando se habla de un cómplice, es para referirse al que colabora en un delito, aunque no haya tomado parte en su ejecución, participó porque lo sabía y lo permitió, porque no hizo nada para detenerlo.
En la complicidad por lo general hay uno que es más fuerte y cuyas ideas prevalecen; así que no siempre se actúa en plena convicción y acuerdo, sino por amor y/o sumisión. Esa no es una buena complicidad, no es pareja. Las personas impositivas no quieren tus opiniones, sino que esperan que hagas todo cual, y cómo lo dicen ellas.
Si bien es cierto, que nuestra tarea como cónyuge es hacer feliz a nuestra pareja, lo ideal es que seamos felices ambos, y que estemos bien con Dios. El deseo de Dios es que seamos una sola carne, que implica esto: en un sentido práctico es que queramos lo mismo. Pero como no siempre queremos lo mismo, debemos anteponer los preceptos de Dios y guiarnos por ellos en nuestras decisiones, para elegir correctamente. Hay asuntos tan obvios, que ni siquiera necesitamos consultar si son buenos o malos en la Biblia, porque Dios nos ha dado discernimiento entre el bien y el mal. Así que debemos aprender a ser cómplices en la bueno y evitar participar en lo malo.
La Biblia nos habla de parejas que fueron cómplices en algo que no debieron serlo, como: Abraham y Sara, ellos se anticiparon a la promesa de Dios, buscando como solución a su problema de paternidad, a la esclava Agar. Sara le pidió a su esposo, que se acostará con ella para que le diera hijos, cosa permitida en aquellos tiempos bajo sus costumbres, pero que si seguimos leyendo no resultó como Sara esperaba y provocaron enemistad entre Israel e Ismael. Otra pareja, que encontramos en el NT son Ananías y Safira, intentaron engañar no solo a la iglesia, sino al Espíritu Santo, diciendo mentiras, porque el problema no fue que no quisieran entregar todo el dinero de la venta de su propiedad, sino que mintieron cuando se les preguntó. Y como resultado, ambos sufrieron las consecuencias: cayeron muertos. En el primer caso, la mujer fue la de la idea y el marido lo consintió y en el segundo, fue el hombre, pero la mujer lo sabía y lo secundó.
De nada sirve buscar culpables, sino soluciones. Cuando nuestro cónyuge proponga algo que no es debido, que va en contra de nuestra fe, moral o las reglas establecidas, debemos ponerle un ALTO. Darle razones, corregirlo, pero no someternos a sus deseos, ni unirnos a su causa, sino disuadirlo e incluso denunciarlo, no ante las autoridades, a menos que sea necesario, sino ante alguien que pueda ayudarnos, que ejerza cierto respeto o autoridad sobre él, como un consejero espiritual, padres o amigos. Porque si nos quedamos callados o lo secundamos, seremos también culpables, así como dice el refrán: “tanto peca el que mata la vaca, como el que le detiene la pata”.
Con las parejas, donde solo uno es cristiano y el otro no, las decisiones se dificultan más. Para prevenir eso, debimos haber obedecido el precepto de no casarnos en yugo desigual, o bien, si ya estábamos dentro del matrimonio, hacer todo lo posible para que nuestro testimonio impacte la vida de nuestro cónyuge. Porque los no cristianos, por lo general, hacen más presión sobre el cristiano para ejercer el control en la toma de sus decisiones, ya que saben que buscarán la paz, no peleando. Lo malo es cuando la persona más débil actúa en complicidad y lo deja hacer las cosas, se acostumbrará a ceder en todo y lo verá como algo normal. Algunos empiezan con cosas aparentemente sin relevancia, pero a la larga, todo afecta, si no a la pareja, sí a su familia. Terminan cambiando los principios cristianos, por las reglas de hombres. No fomentan en los hijos el amor a Dios y a su casa, al preferir las reuniones seculares, las diversiones, el trabajo e incluso el descanso. Postergan su vida espiritual y activa en la iglesia. Para ser más directa, les diré que el problema más generalizado es que quieren descansar o pasear los domingos, en lugar de santificar el día del Señor. Y lo que más me sorprende, es la facilidad con que muchos renuncian a su fe, se enfrían o actúan como si nada pasara.
Ahora bien, no quisiera hablarles solo de la mala complicidad y sus consecuencias, sino de lo bueno que es ser cómplice de tu pareja en lo bueno, ponerse de acuerdo, tener un solo sentir y propósito en la vida, en el matrimonio, con la familia, en la iglesia y sobre todo para Dios.
El matrimonio es una vida en común, la mayoría describe la relación de pareja, como amor, compromiso, responsabilidad, fidelidad, pero no incluyen la complicidad y la amistad. Deberíamos buscar esa conexión en nuestra pareja, porque parece que los matrimonios están en peligro de extinción, pero la amistad sobrevive con el paso del tiempo y la distancia.
Si quieres saber si eres cómplice de tu pareja, pregúntate: ¿Comparten opiniones y gustos? ¿Tienen las mismas prioridades, sueños y metas? ¿Enfrentan y resuelven juntos los problemas? ¿Puedo expresar lo que pienso? ¿Nunca reprimo lo que siento? ¿Nos contamos todo? ¿Nos entendemos? ¿Forma parte de mis planes? ¿Quiero que estemos juntos siempre? Si respondiste que si, entonces sí lo son. Si respondiste no a casi todas, quizás pienses que nunca lo serán, porque tienen muchos años juntos y no piensan igual, no se consideran uno al otro, y esto ha ocasionado incomodidad, insatisfacción y frustración. Pero mientras hay vida, hay esperanza, y más si tienes a Cristo de tu lado. Ora, pide gracia, sabiduría y valor para rechazar lo que no viene de Dios. Proponte mejorar tus relaciones, siendo amigo(a). La relación de amistad es más fácil de cultivar y produce muchas cosas buenas. Platiquen, entra más en la vida de tu cónyuge y una vez que lo logres, podrás convertirte más fácilmente en su cómplice. No te des por vencido, no te conformes con estar en una zona segura dentro de tu matrimonio, necesitas estar donde Dios quiere que estés, así que es importante trabajar para conseguirlo, algunos tendrán que trabajar más que otros, pero la clave para todo es el AMOR. Amor a Dios y amor a tu pareja.