Hace algunos años me convertí en abuelita y mi anhelo más grande es bendecir a mis nietos. Y no hay bendición más grande que pueda ofrecerle, que encaminarlos a los pies del Señor Jesucristo. Aunque son pequeños y todavía no captar todo lo que la Palabra de Dios dice, puedo orar por ellos, leerles la Biblia y sobre todo recordarles a sus padres la importancia que tienen que sus hijos conozcan al Dios verdadero desde temprana edad y que la manera más fácil será vernos a nosotros sus abuelos y a ellos sus padres, obedeciendo a Dios en todo.
En Deuteronomio 6, Dios le dijo a Su pueblo que escuchará bien: que Él era, es y será el único Dios, que debemos amarlo con nuestros pensamientos, con toda nuestra fuerza y con todo nuestro ser. Que debemos memorizar todas Sus enseñanzas y repetírselas a nuestros hijos a todas horas y en todo lugar: cuando estemos en casa o andemos por el camino; desde que nos levantamos hasta que nos acostemos. Que las escribamos en papel y las pongamos donde las pueden ver. Que las exhibiéramos en las puertas de nuestras casas y en los portones de la ciudad, en otras palabras, que no dejemos de hablarles de Dios a nuestras generaciones presentes y futuras. Que nadie de la familia se pierda la bendición de vivir bajo la cobertura de Dios.
Esa no es mi recomendación, es el mandato de Dios. Me pareció bueno recordárselos, porque el evangelio debe de ir en aumento y no en disminución. Entre más lo conozcamos, más lo propagaremos. Al bendecir a nuestros hijos y nietos le hacemos un bien al mundo, porque les estamos ofreciendo mejores personas, así que ocúpate de transmitir el mensaje porque eso es bueno para todos.
Marzo 2012