Cuando Dios creó nuestro mundo, lo hizo perfecto, Él mismo lo consideró una buena obra (Génesis 1:4,10, 18, 21, 25, 31). De hecho, si miramos bien, tenemos todavía un mundo hermoso. El problema es el hombre, la máxima creación de Dios, a quien le dio autoridad, y quien, usando su libertad, desobedeció y se salió del control de Dios, quedando expuesto al enemigo. El hombre ha tocado a la creación y ahora todos sufrimos los estragos, incluyendo la naturaleza (Rom. 8:22). ¿Cómo lo hizo y lo sigue haciendo? Quebrantando la ley de Dios (Génesis 3).
El hombre no quiere darse cuenta de que sus actos tienen consecuencias. Ha cometido muchos errores con el paso del tiempo; pero eso no es lo peor, sino el no reconocer que son malas sus acciones y continuar haciéndolas. Y para colmo, ha llamado a lo malo, bueno (Malaquías 2:17), y ha implantado como moda, sus malas acciones. Así que ahora todo mundo puede hacerlas sin que por eso lo vean mal o le llamen la atención.
Antes el problema eran los jóvenes, pues eran desobedientes, delincuentes, drogadictos, homosexuales y viciosos, pero pensábamos que era por rebeldía, falta de madurez, de conocimiento o simplemente por llamar la atención o sobresalir; así que esperábamos que al crecer se reformarían, pero eso no sucedió en la última década, cuando menos no con todos. Pues ahora el problema más grave son los adultos, que son narcotraficantes, pervertidores, malos y depravados. ¿Por qué? Simplemente porque de jóvenes, no se percataron de sus errores, nadie los enfrentó a sus faltas, sino que se las pasaron por alto, aceptándoles todo, y como resultado de una sociedad permisiva, tenemos una sociedad pervertida con maestros del mal, que están contaminando a los jóvenes y a niños también.
Algunas personas me dicen que yo vivo en un pequeño mundo, fuera de la perversión de las cosas. Me cuestionan por no aceptar, en “mi mundo” malas palabras, ni malas acciones. Dicen que “mi mundo” no es el mundo real, es una utopía, y quizás tengan mucha razón, porque en “mi mundo” gobierna Dios y no el hombre. Y es que el problema de la decadencia de nuestra sociedad está en el que tiene el control, en el que pone las reglas y les dice que hacer, que claro está, que no es Dios.
El sueño del hombre de todos los siglos es un mundo perfecto, pero no lo disfrutará, hasta que regrese al principio de todas las cosas, al Creador: a Dios. Un mundo perfecto no es en el que todos pueden ser, hacer y decir lo que quieran, ese es un mundo pervertido. Las reglas y los límites no deberían ser nuestro problema, sino nuestra ayuda. He visto varias películas manejando el tema de un mundo mejor y terminan mal, porque el hombre no quiere límites, quiere hacer su voluntad. Me acuerdo de una, en la que había maquinas multando a las personas que decían malas palabras y hacían cosas que ellos consideraban mal, exagerando claro está las cosas, así que un grupo tuvo que irse a vivir aislado, para vivir libremente y prepararse para derrocar al gobierno que les imponía tantas reglas.
Nosotros no tenemos un Dios injusto, ni exagerado. Tenemos un Dios que nos ama y que nos quiere librar del mal. Sus reglas, no son para limitarnos, sino para protegernos, aún de nosotros mismos. La sociedad y el mundo nos hacen creer que en Dios la vida es aburrida, porque están acostumbrados al libertinaje y no han disfrutado vivir bajo la cobertura de Dios. Yo conocí al Señor cuando apenas estaba entrando en la adolescencia; muchas cosas no las probé, pero no me hicieron falta; muchas cosas no hice y no por ello fui infeliz; todo lo contrario, en Cristo Jesús encontré la verdadera felicidad y la satisfacción total. El mundo y el enemigo no pueden ofrecerme algo que me haga falta, porque Dios satisface plenamente todas mis necesidades. Así que puedo decirle con conocimiento de causa, Dios tiene ese mundo mejor que buscas. El único reino que prevalecerá inconmovible al final de los tiempos, pues cualquier otro, será derrotado y tú junto con él, si persistes en vivir de esa manera. Cambia de residencia, ya no vivas conforme al mundo, vive en Dios. Nadie te engañe, el mundo ha cambiado y ha dado cabida a una vida de desorden, pero esto no es lo que Dios quiere para ti. Él no cambia, Su Palabra es eterna y Sus mandamientos firmes (Salmo 111:7- 8).