
Como padres tenemos ante Dios la responsabilidad de instruir y corregir a nuestros hijos. Mientras más temprano lo hagamos es mejor. Enseñar a un niño es más sencillo que a un adolescente, los primeros parecen esponjitas que todo quieren saber y hacer, los últimos cuestionan todo. Pero enseñar a nuestros hijos adultos es un reto titánico, algunos dirían que casi imposible, porque ya no se dejan. Creen saberlo todo y quieren vivir a su manera, pero no por eso debemos dejarlos hacer lo malo.
El Sacerdote Elí, tenía dos hijos: Hofní y Finees, ellos no respetaban ni obedecían a Dios y se portaban mal, lo peor era que lo hacían en el templo y eso además de mal testimonio, provocaba que hicieran pecar al pueblo. Cuando la gente le contó a Elí lo que hacían sus hijos, los llamó y les dijo: ¿Por qué se portaban así? y les explicó que al desobedecer las Escrituras estaban ofendiendo a Dios, pero ellos no hicieron caso al comentario de su padre (1 Samuel 2: 11-17, 22-25).
Lamentablemente Dios decidió quitarles la vida, pero antes reprendió a Elí. Le recordó que lo había escogido entre muchos para que junto con su familia le sirvieran, pero que él había preferido quedar bien con sus hijos antes que, con Él, así que pondría a otro mejor que él delante del pueblo. Y que de la misma manera que su familia le había despreciado, Él los despreciarían a ellos, anulando Su promesa, así que sufrirían mucho y morirían jóvenes todos. Sus dos hijos fueron los primeros como señal de que cumpliría Su palabra y Elí les siguió casi inmediatamente (1 Samuel 2: 27-36, 4: 17-18). Así es la justicia de Dios, tarde o temprano quien no respeta Su Palabra enfrentará las consecuencias.
¿Por qué Elí sufrió el desprecio de Dios? Fueron sus hijos los que se portaron mal, pero él también se equivocó, pues fue hasta que se convirtió en un chisme las acciones de sus hijos, que él se decidió a hablar con ellos sobre la situación, pero no ejerció una acción disciplinaria. Él como sacerdote debió estar al pendiente de sus hijos, su maldad debió haberse reflejado en su comportamiento, pero al parecer no puso atención y por otro lado, al enterarse debió prohibirles entrar al templo y comer de lo sacrificado hasta que no se arrepintieran (derecho que tenía como padre y sacerdote) y no lo hizo.
Quizás estés pensando que tú no eres líder de una iglesia y que tus hijos no hacen esas cosas, pero posiblemente estén haciendo otras cosas que no le agradan a Dios y tú ni en cuenta, o peor tantito, sabes y no has hecho nada por detenerlos. Creo que algunos padres hasta justificamos los errores de nuestros hijos, porque nos aterroriza que ellos se enojen o se alejen de nosotros, es un grave error pensar que no pasa nada, que todo está bien.
Si ese es tu caso, y no quieres reconocer los errores de tus hijos, entonces tienes que empezar por ti y orar a Dios para que te dé sabiduría y te ayude a enfrentar la situación, a tomar medidas más serias como: suspender alguno de sus derechos, imponerles un castigo, asignarles una tarea que los haga reflexionar o como medida extrema: distanciarte de ellos por un tiempo (cuando no viven contigo), para que ellos sientan el desprecio que tienes no hacia ellos sino hacia el pecado que practican, para que valoren la disciplina que les das y se pongan a cuentas con Dios, como el caso del hijo prodigo, que el padre no fue a buscarlo, sino que espero que él reconociera su error y volviera arrepentido (Lucas 15:11-32).
Imponga la disciplina en su casa como padre de familia, pero también hágalo en conjunto con su pareja, como matrimonio, no se contradigan, háganlo juntos, no sean padres apapachadores pues mal criaran a sus hijos. Y quiero terminar aclarando que la disciplina no es para despedazar a nuestros hijos sino para enderezar sus pasos, así que no obren en la carne, sino en el amor Dios para salvar a sus hijos.
Septiembre 2013