En la antigüedad los pueblos nómadas habitaban en tiendas construidas con pieles y telas cocidas que eran sujetadas por estacas, si no estaban firmes las estacas, las tiendas serían destruidas. Este versículo es un mensaje de restauración, para una mujer estéril y sola. El pueblo de Israel estaba así, sin fruto y abandonado por Dios (por poco tiempo), por su desobediencia, porque no respetó los límites de Dios, que son sus mandatos y ordenanzas, pero Dios le da Palabra para cambiar su situación.
¿Alguna vez te has sentido así, sola y sin fruto?
Tienes todo: Esposo, hijos, casa, amigos, trabajo y un ministerio; y parece que no hiciste nada bueno,
o se perdió lo que hiciste. ¿Qué paso?
¿Por qué el producto de tu trabajo fue nulo?
Quieres volver a empezar, pero arreglarlo parece imposible;
no sabes por qué paso eso, si le pusiste todas las ganas,
te esforzaste y nunca descansaste.
Quizá tu problema sean los límites que nadie respeto, o que no impusiste. La naturaleza de la mujer dócil dada por Dios hace que se sujete y ceda ante las presiones de las circunstancias o las personas. Y yo creo en los mandatos de Dios como lo mejor para nuestras vidas, y no tengo el propósito de levantar en armas a nadie, sino reforzar nuestra vida familiar, por eso voy a hablar de límites, no de invasión, ni posesión, sino de protección y prevención, de topes para que nuestros seres queridos y nuestras adquisiciones estén a salvo, porque muchos hogares han sido destruidos por no establecerlos, por ser escasos o no ser firmes.
Los límites se delinean dentro de tu territorio, para marcarlo. Las estacas sirven para asegurarlo, ¿Cómo están tus estacas? ¿Has delineado tu territorio? o ¿Vives al aire libre, sin protección? Las reglas son los límites de los que te hablo. Para vivir en orden, necesitamos respetarlas, sin ellas todo se convierte en caos. Cuando en una casa todos hacen lo que quieren, el gusto no les va a durar mucho, porque traspasarán los terrenos del otro y provocarán conflictos. ¿Pero cuáles límites? El ser humano es egoísta, unos más que otros, pero a todos nos gusta imponernos, que nos tomen en cuenta, que hagan lo que nos gusta, lamentablemente, no siempre lo que queremos es lo justo y correcto; por eso debemos buscar los límites correctos de Dios y no las imposiciones de los hombres. Debemos buscar el bien común, no se trata de quien manda más, sino de que es lo correcto para todos, buscando un equilibrio entre el amor y la disciplina, pues cuando se traspasan los límites, es necesaria una sana corrección que funciona mejor si está impregnada de amor. Dice la Palabra que la disciplina al principio parece mala, pero trae recompensa (Hebreos 12:11).
Necesitamos límites en nuestra propia persona, los de Dios, los de la naturaleza, los de la sociedad, la familia y el trabajo, en fin, los de todos los que nos rodean, porque si queremos imponer reglas, tenemos que aceptar también las de los demás, pero cuidando que ninguna sea en contra de Dios o de nuestra persona, hay que ser sencillos como palomas, pero también prudentes como serpientes (Mateo 10:16).
El enemigo está imponiéndonos cosas a través de la sociedad que van contra Dios. Y tú puedes limitar a todos, pero menos a tu Dios, a Él es el único que no debes ponerle límites,
ni saltarte sus límites, porque Él es sabio y bueno
y nunca te impondrá algo que te perjudique,
ni consciente, ni inconscientemente,
como lo hacemos los hombres.
En todas las relaciones necesitamos consideraciones, así como damos, debemos recibir. El amor y el respeto es la base de las buenas relaciones matrimoniales, familiares y sociales. Una persona no debe imponerse al grado de quitarle la identidad, deseos, sueños y convicciones a otra y menos a su pareja. En la vida conyugal debernos darnos lugar el uno al otro; hay mujeres que dejan de ir a la iglesia porque sus maridos se los prohíben y eso pasa porque ellas no pusieron límite a las demandas de su esposo, aunque sus peticiones estén fuera de lugar. Otras practican cosas desagradables ante Dios con la bandera de que están obedeciendo a sus maridos y ¿Qué de Dios? No culpemos al marido de lo que nos place hacer, pues si realmente quisieras no lo harías, a veces es muy cómodo no defender nuestra posición para llevar la fiesta en paz, pero si quieres paz debes mantener en tu casa primero las reglas de Dios, que además te servirán para alcanzar salvación a ti y a los tuyos (¿O prefieres que tus hijos crezcan fuera del camino de la Verdad y que mueran en condenación?).
No sólo las mujeres están en esa posición de enfrentar las imposiciones de los hombres, en Hechos 4:18 a los apóstoles les pidieron que renunciaran a la predicación y su respuesta implicaba obedecer primero a Dios antes que a los hombres; el no obedecer a la verdad trae sufrimiento y angustia (Rom. 2:9), además si nos sometemos a alguien, obedeciendo sus injusticias nos convertimos en sus esclavos (Rom. 6:16) y en infractores de la ley de Dios, pues eso hacemos al no respetar el día del Señor. Recuerdo tanto un sermón del Dr. David Hormachea donde decía que el problema de las mujeres maltratadas y menospreciadas era precisamente el no haber puesto límites. Una vez que permites a alguien que te grite, lo hará toda la vida, y si lo dejas golpearte, con golpes te tratará, y si le permites que te aleje de Dios, conseguirá su propósito. Una relación así no es sana y su final, va a ser trágico.
Las reglas de los buenos modales y las reglas de Dios deben ser respetadas en nuestra casa. El no poner límites a nuestros hijos es contraproducente. El mimo y la complacencia no es lo mejor para ellos; ellos necesitan aprender que hay cosas que no deben hacerse, por su propio bien. Elí no estorbó a sus hijos y Dios se lo reprochó. Permitió a sus hijos pervertirse por no limitarlos en su conducta. Si tú no pones obstáculo a las cosas malas que practican tus hijos, acabarán con su vida y con tu paz. Puedes salvar a tus hijos. Busca a Dios, Él es el único que puede arreglar lo que nosotros descompusimos, y que claro está, que no lo hicimos a propósito, pues queríamos lo mejor para ellos, pero permitirles que se brincaran los límites dejándolos practicar cosas que no edifican, tener amistades que nos les convienen o verlos abandonar la fe sin hacer nada, es algo que no debimos permitir que pasara.
El trabajo también nos absorbe si no le ponemos límite a nuestras metas económicas. Todo se puede obtener con moderación y tiempo. No dejes que el querer cosas bonitas te robe lo mejor que tienes: tu familia. No la desplaces por algo que no estará contigo toda la vida. Dales el valor correcto a las cosas y aprende a decirle No al trabajo. Hay cosas que no debemos permitir en nuestros hogares, ni en nuestras relaciones, ni siquiera en nuestro trabajo: palabras, actitudes, tratos ni imposiciones que vayan en contra de Dios.