Aunque siempre se ha dicho que somos las mujeres las que desde niñas queremos casarnos para tener una familia, también los hombres lo desean. Formar un hogar, es tener un lugar físico donde la familia vive y convive; allí es donde se desarrollan y se construyen lazos de amor. Dios nos creó para vivir en familia, su deseo era y sigue siendo que nos multipliquemos y produzcamos buenos frutos, así que casarnos debería ocupar si no el primer lugar de nuestras metas, si uno de los más importantes.
Para tener un buen matrimonio necesitamos prepararnos no solo físicamente, sino también emocional y espiritualmente, para cosechar un matrimonio sólido y formar una hermosa familia. La presencia de Cristo en el matrimonio hace la diferencia en todo. Entre más cerca estemos de Dios, más unidos estaremos como pareja, como el dibujo del ejemplo del triángulo.
Hace poco me invitaron a dar una meditación en una despedida de solteros, cuando tenemos un buen matrimonio, nuestras experiencias de pareja pueden ser útiles para otras parejas, pero nunca mejor que el consejo de la Palabra de Dios, así que recurrí a ella y hoy les comparto lo que Dios les dijo a ellos, que es lo mismo que quiere para todos los que estamos casados y para los que están pensando en casarse. En el matrimonio, la pareja debe complacerse, pero sobre todo debe mantener la unidad, unificando sus conceptos, propósitos y rumbos, “pero” no deben dejar de lado lo que Dios les pide, ni quitarle lo que Él merece de sus vidas, matrimonio, familia y pertenencias. Así que me gustaría que consideraran estos “peros” del matrimonio. Si prestamos atención y atendemos el consejo de Dios, estaremos cubriendo nuestro matrimonio con un escudo que detendrá los ataques del enemigo y nos ayudará a resolver los problemas que se nos presenten.
I. AMARÁS A TU CÓNYUGE, PERO NO MÁS QUE A DIOS. Nuestro primer amor siempre debe ser Dios, si lo amamos a él, podremos amar correctamente a todos, porque él es amor, nos manda amar y nos dice cómo hacerlo (1 Juan 4:7-11). Cuando nos enamoramos, la mayoría de las veces el amor suele ser ciego, tardamos para encontrarle defectos a nuestra pareja, y si los encontramos, solemos justificarlos. Así que el amor nos lleva a divinizar a las personas, a considéralas únicas y perfectas, pero nadie lo es, solo Dios. Así que tengamos cuidado de convertir a nuestra pareja en nuestro “ídolo” y hacerle un “nicho”, o bien, ponerlo en primer lugar por miedo a perderlo, si lo hacen, terminarán alejándose de Dios.
II. HARÁS LO QUE TU PAREJA TE PIDE, PERO SIN DESOBEDECER A DIOS. Pablo les dijo: “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesios 5:21-22). Así que mujeres se sujetan al marido, porque él se sujeta a Dios. La palabra someter, se puede interpretar como sujeción, que consiste en ajustarse a los mandatos de otra persona, estar conforme con lo que dice la otra persona. A diferencia de la sujeción, está la palabra sumisión, que es una actitud interna del corazón. Definitivamente hay que estar del lado de nuestra pareja, y hacerlo de corazón y no por obligación, pero nunca en contra de Dios. Por más que lo quieras, no lo apoyes, ni lo secundes en cosas que están mal. Si tu cónyuge no se sujeta a Dios debes orar por él para que lo haga y evitar discusiones y fricciones.
III. LE HABLARÁS SIEMPRE DE DIOS, PERO SÉ PRUDENTE AL HACERLO. Nuestra boca siempre debe estar llena de alabanza y de gratitud, pero también de testimonio. Debes compartir tu fe, física y verbalmente. Habla de Dios con tu pareja y en general, con todos y en todo tiempo, pero tienes que actuar sabiamente con las cosas que declaras, sobre todo cuando te diriges a tu cónyuge y no es cristiano. Fíjate cuándo y cómo le dices las cosas, porque las puede tomar a mal. En los momentos de crisis y diferencias debes conservar la calma, dejar al Espíritu Santo que te guíe y recordar que la “blanda respuesta quita la ira” (Proverbios 15:1). Modela a Cristo para que tus palabras y vida, sirvan para edificar y no para destruir, pero sobre todo para alcanzar a tu pareja y a tu familia.
IV. PROVEERÁS ECONÓMICAMENTE, PERO SIN DESCUIDAR A TU FAMILIA. Ya sea que trabajes o te quedes en casa, tienes que cuidar la economía de tu casa y proveer para tu familia (1 Timoteo 5:8). Debes trabajar y administrar correctamente las finanzas, ser fiel a Dios, ahorrar y evitar compras innecesarias, todo eso sin que tu familia lo resienta. Si bien es cierto que los trabajos fuera de casa son demandantes en cuanto a tiempo y fuerzas, no trabajamos las 24 horas del día, así que no tenemos por qué descuidar a la familia, tu cónyuge e hijos necesitan tu atención, Mateo 6:21 dice: “Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón”. Y si no trabajas fuera de casa, y te toca trabajar en la casa y organizar las finanzas, debes hacer rendir el dinero sobre todo cuando es poco, ingéniatelas para cumplir con todo y todos, incluyendo tiempos de entretenimiento y esparcimiento que no necesariamente tienen que ser costosos.
V. CUIDARÁS TU APARIENCIA FÍSICA, PERO SIN DESCUIDAR TU VIDA ESPIRITUAL La pareja debe esforzarse por agradarse en todo. Hay muchas cosas que podemos hacer para mejorar la apariencia, ejercicios, comida balanceada, dietas, la ropa e incluso cirugías, pero cuando no tenemos el tiempo ni el dinero para hacerlo, la limpieza y el arreglo personal pueden ser suficientes, así que no se descuiden. Porque la verdad, es que a medida que pasan los años, o nos metemos de lleno para conservarnos bien o nos descuidamos. Pero nunca olvides, que mejor que verse bien, es estar bien y ser bueno. Todos apreciamos la belleza, pero más un carácter apacible, noble, amoroso y empático, y eso solo lo podrás conseguir a través del fruto del Espíritu que se cosecha con tu comunión con Dios (Gálatas 5:22-23). Si estás cerca de Cristo serás mejor persona y todos lo notarán.