Nada de lo que acontece en la tierra es sin una razón,
tenemos un Dios perfecto, que no deja las cosas al hay se va, sino que tiene planes perfectos para nosotros.
Dios ha dado en su infinito amor un tiempo a cada uno de nosotros en este mundo y en ese tiempo experimentamos de todo: nacimiento-muerte, tristeza-alegría, trabajo-descanso, salud-enfermedad, ganancias-pérdidas, creaciones-destrucciones, paz-guerra, amor-odio. A través de estas vivencias no solo notamos la diferencia de los extremos y apreciamos lo bueno, sino que también nos damos cuenta de que Dios tiene un plan similar para todas las personas, y es que entendamos lo que Dios ha querido desde el principio de la creación: que estemos con Él.
Dios ha puesto “eternidad” en nuestros corazones,
no importa que tan bien nos vaya en el mundo,
éste jamás podrá satisfacernos completamente,
pues la verdadera felicidad está en Dios,
en Él todo tiene sentido.
¿Qué hacemos con el tiempo que Dios nos dio? El sabio Salomón en el pasaje de Eclesiastés 3: 1-15, nos habla del tiempo y nos da un consejito sobre como invertirlo: “Sé feliz y haz el bien”. Esas son buenas metas para la vida, pero podemos ir tras ellas de manera equivocada. Dios quiere que disfrutemos del tiempo de nuestra vida, pero bajo el mismo punto de vista de Él, que es el mejor. Que descubramos que el verdadero placer se encuentra en disfrutar lo que tenemos como regalo de Dios, no en lo que acumulamos.
Hace tiempo vivimos una gran calamidad en nuestra ciudad; las lluvias descendieron, los ríos crecieron y su cauce acabó con el tiempo de algunas vidas y destruyó las pertenencias de otros, es decir la inversión de su tiempo (construyendo y adquiriendo cosas materiales). Esto fue una llamada de atención para todos, no sólo para los que fueron afectados directamente. Desastres como éste, nos deben de servir para sensibilizarnos ante la presencia de Dios y humanizarnos ante las necesidades del que padece, pues Dios no quiere destruirnos, sino rescatarnos, si no desde cuando hubiéramos acabado como Sodoma y Gomorra.
A Dios le preocupa nuestro espíritu,
pues más triste que perder los bienes y aún la vida misma,
es vivir sin Dios y condenados por una eternidad;
Dios ve más allá de lo que nosotros vemos con nuestros ojos, ve nuestro futuro, nuestra eternidad.
Salomón escribió “He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de Él teman los hombres” Eclesiastés 3:14 Piedras Negras, no es la única ciudad que ha experimentado el quebranto de esta manera, muchos otros lugares han vivido circunstancias similares a las nuestras y han sido consolados por Dios, se han levantado y han seguido adelante. En estos tiempos de pandemia (2020) no solo nuestra ciudad está siendo afectada, sino todo el mundo. No podemos cambiar lo que sucede, lo que debemos hacer es volvernos a Dios, pues estas situaciones no deben ser un obstáculo para creer en Él, sino más bien una oportunidad para descubrir su misericordia y cuán necesitados estamos de Él; pues, sin Él nada podemos hacer, solo sufrir y llorar.
Todo lo que vivimos, nos llega en el momento oportuno.
El secreto de estar en paz con Dios es descubrir,
aceptar y apreciar el momento perfecto según Él.
La duda o el resentimiento por los designios de Dios,
puede hacer que nos desesperemos
y nos rebelemos a seguir sin Dios.
¿Cuál es el propósito de las cosas, de la vida misma?
Que llegamos a temer al Dios todopoderoso.
Temer a Dios significa respetarlo, darle el primer lugar en nuestra vida, reconocerlo en todo lo que hacemos.
El hombre cree que puede controlar toda su vida, pero eso no es así, hay cosas que están fuera de su alcance, cosas que no puede cambiar aunque se esfuerce; el hombre no puede alterar el orden establecido por Dios, ni es dueño de su tiempo, el tiempo de nuestra vida es de Dios, lo único que podemos hacer es reconocer Su señorío y gozar de la vida en Su paz.
Cuando a Job le sobrevino lo malo, prudentemente dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno” (Job. 1:21-22). ¿Merecía lo que le pasó? No, pero su fe fue probada; confió y fue bendecido con más de lo que tenía al principio, pero sobre todo, con una experiencia más clara de Dios: “… De oídas te había oído, más ahora mis ojos te ven… ” (Job 42: 2-6)
Quiero terminar con el versículo 15, del capítulo 3 de Eclesiastés: “Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó”. Entrégale tu tiempo a Dios, es de Él, y Él se encargará de sanar todas tus heridas y de guiarte a una eternidad con Él.