La declaración de Hebreos 13:8 es un ancla de fe para todos los cristianos. Jesús es el fundamento de nuestra fe, una sólida, firme y fuerte base; no se moverá ni será destruido y sostendrá a cualquiera que descanse sobre Él.
Nosotros cambiamos, Él no. Saber que Jesús es invariable, que no modifica sus pensamientos ni sus palabras, que son fieles y verdaderas, que Él es igual que siempre y que seguirá siéndolo, es una fuente de aliento, esperanza y fortaleza. De generación a generación, sin importar los siglos que pasen, Jesucristo es confiable, porque es Él mismo, es eterno.

Desde el principio de la creación, Él estuvo presente, porque ya era. Su propósito de amor por nosotros no ha cambiado, pese a la evolución errónea del hombre, que, en lugar de honrarlo, lo deshonra con sus actos. Jesucristo es fiel en su llamado de salvación, intercede por nosotros ante el Padre: “… Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12) “Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; más éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable” (Hebreos 7:23-24). Las Escrituras declaran abiertamente que Jesucristo es el mismo por siempre. Todo lo que Jesús fue ayer; Él es hoy y lo será para siempre. Hacedor de milagros y maravillas, poderoso y victorioso. El gran Yo Soy.
Jesucristo es inmutable, eso quiere decir que no puede ser cambiado o alterado, como nosotros que dependiendo de las circunstancias es nuestra actuación. Jesús es fiel, si Él lo dijo, Él lo hará, con o sin nosotros. Sus designios se cumplirán sobre la tierra, pero no nos confundamos, en lo que concierne a nuestra toma de decisiones, Él nos recompensará o castigará según sea el caso, porque el hecho de que Él no cambie no significa que lo que nosotros hacemos, no tenga una consecuencia. Jesús no cambia su esencia, ni sus verdades, así que como Él es justo será imparcial, por más que nos ama, a la hora de juzgarnos obtendremos lo que merecemos. A veces tomamos las verdades bíblicas a nuestro favor, pero se nos olvida que todo lo que recibimos tiene una condición, y las promesas de Dios están condicionadas para poder recibirlas. Iniciamos un año más y necesitamos hacerlo confiados, aunque el mundo ande de cabeza, nuestra seguridad está en Cristo, quien nos bendice con su presencia y se preocupa por todas nuestras necesidades, pero seamos diligentes, fundamentemos nuestra vida en la Palabra de Dios, no cambiemos nosotros, o si lo hacemos, que sea para bien.
Algo que he notado tristemente en estos últimos años en que el mundo ha sido azotado con el famoso covid19 y sus variantes, es que la gente se ha vuelto inconstante, obvio hay sus excepciones justificables por edad o enfermedad. El hecho de que no pudiésemos congregarnos en plena pandemia tuvo un efecto dañino en muchos cristianos, los llenó de temor, perdieron de vista que en Cristo Jesús está nuestra salvación y nuestra vida depende de Él, y también los alejó de la iglesia y de nuestras buenas costumbres de congregarnos, como lo hacía Jesús (Lucas 4:16).
He visto que la gente ya no se congrega todos los domingos en la iglesia, si no que uno sí y otro no, que hacen compromisos en el día del Señor o simplemente se quedan a reposar. Otros ya ni se congregan, andan en fiestas, en eventos sociales, en super mercados y hasta en el cine, haciendo su vida normal, pero no han regresado a la iglesia. Tanto la inconstancia como la ausencia son alarmantes, ¿qué fue lo que cambió?, ¿las circunstancias? Quizás, pero debemos adaptarnos, y si andamos en todos lados, cuanto más debiéramos hacernos presentes en la Casa de Dios.