Jugar a escondidas es emocionante y divertido. El objetivo es esconderse dónde no te encuentren, el primero en ser visto pierde y buscará al grupo en la siguiente ronda. Cada jugada termina hasta que todos son encontrados o salen de su escondite a pisar la base.
Escondernos o esconder algo en la vida real no siempre es divertido;
más bien es angustiante pues nos aterroriza ser descubiertos.
A nadie le gusta exponer sus errores o fracasos,
más bien preferimos ocultarlos y cuando somos puestos en evidencia, intentamos seguir escondiéndonos, justificándonos
o culpando a otros, como en el caso de Adán y Eva.
La oscuridad parece cubrir todo, pero ante la luz, todo es expuesto. Lo que se esconde, tarde o temprano sale a flote (Marcos 4:22), si no es en la tierra, nuestros pecados serán expuesto en el cielo.
Hay uno que todo lo ve, porque está en todas partes, es Omnipresente y es Omnisciente, porque lo sabe todo, ese es Dios, para Él nada pasa desapercibido, de Él no podemos escondernos, no importa a donde vayamos, ni que hagamos (Salmo 139:6-8). Él revela lo escondido, pues con Él mora la luz (Daniel 2:22). Él conoce nuestro corazón y nuestros pensamientos porque somos como libros abiertos ante Él y aún nuestras buenas o malas intenciones las conoce y un día nos dará lo que merezcamos (1 corintios 4:5).
El pecado es lo que más escondemos, es difícil renunciar al pecado y nos cuesta mucho trabajo aceptarlo como tal, pero al final termina saliendo a la luz, a través de una confesión o es expuesto por las evidencias de la práctica.
La práctica se produce cuando el pecado se vuelve un hábito, eso ocurre muchas veces sin darnos cuenta y debemos evitarlo a toda costa, porque una cosa es pecar ocasionalmente, y otra premeditadamente hacerlo. Cuando lo que al principio hacíamos en lo “oculto”, lo empezamos a hacer público, a justificarlo e incluso alardeamos de lo que hacemos, significa que nos deja de preocupar lo que piensa Dios y lo que dice la gente, y estamos en graves problemas, porque el pecado se ha arraigado en nosotros y no será muy difícil dejarlo, nos hemos descarado y dejamos de jugar a las escondidas, ahora practicamos el pecado.
Lamentablemente, algunos no quieren darse cuenta de que el pago por pecar es la muerte, no la física sino la espiritual. La muerte espiritual es la separación de Dios y con ello de las bendiciones de morar bajo su mismo techo celestial por la eternidad, y lo peor es que cómo solo hay dos lugares después de la muerte, el lugar que le toca al pecador es horrible.
No andes más en las tinieblas, déjate encontrar por Dios, no escondas más tú pecado, Él ya lo sabe y te ama tanto que te quiere hacer libre y perdonar. Dice el salmista (32) que al ocultar su pecado sentía que se secaban sus huesos y se consumían sus fuerzas, sentía el peso de la mano de Dios de día y de noche sobre él, así que te invito a que dejes de angustiarte y de jugar a las escondidas, sal de tu escondite y toca la base que es Cristo, y si pecar no te causa sufrimiento, recapacita, ningún pecado es lo suficientemente agradable como para exponer tu vida a una muerte eterna.
Vive en la luz, presentándote ante el Señor en oración todos los días, 1 Juan 1:9 nos enseña que:
“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad”.
Los pecados perdonados son victorias alcanzadas, todos teníamos un pasado negro, pero ahora somos nuevas criaturas, a veces caemos, pero nos levantamos, porque Dios nos perdona. Procuramos alejarnos del pecado y vivir como hijos de luz.