Muchas mujeres que trabajan fuera de casa limpian diariamente su casa, pero de una manera ligera, por encimita, como diría mi mamá; pero el fin de semana, cuando no trabajan, procuran hacer algo más a fondo, aunque si surge un imprevisto, o un buen plan para divertirse, ya se imaginará lo que le sucede a la casa: siempre habrá un después para la limpieza profunda.
Hace unos días mientras lavaba los platos, me percaté de que había dejado que se acumulará mugre en algunas áreas de mi cocina, se veían semi limpias, pero en realidad, estaban sucias; requerían de una limpieza más profunda. Había lugares por donde solo pasaba el trapo, pero no limpiaba bien y no fui la única que lo notó, también mi marido se percató de eso y me dijo: - la cocina está sucia, y yo a la defensiva le contesté: ayer limpié todo, - él no me contestó nada, sólo volteó, mi miró y se sonrió. No hubo necesidad de más palabras, su mirada fue suficiente, me sentí al descubierto. ¡Qué vergüenza sentí!
La verdad es que, no importa cuando hayas limpiado tu casa ayer, sí quieres que así continúe, necesitas limpiarla de nuevo, necesitas limpiarla todos los días, porque si no queremos quitar cochambre, mugre, suciedad, hongos o impurezas, no debemos dejar que se formen. Por otro lado, tenemos que reconocer que limpiar en un día, la acumulación de varios días es realmente una tarea difícil. Es un reto quitar el cochambre de las sartenes, que se acumuló después de usarlos varias veces y lavarlos superficialmente, a veces preferimos tirar la sartén y comprar otra nueva, pero eso, no es lo mejor opción, y no habló de la economía, porque habrá quien pueda gastar mucho en sartenes sin afectar su presupuesto, sino porque si no sabes limpiar bien, pasará lo mismo vez tras vez, la sartén nueva terminará llena de cochambre. La solución es aprender a limpiar como se debe, diaria y profundamente.
A nuestra vida espiritual le sucede algo muy parecido. Cuando llegamos a los pies de Cristo estábamos sucios llenos de pecado y Él se tomó la tarea de limpiarnos con su sangre (1 Juan 1:7) y nos dejó no como nuevos, sino que nos transformó en nuevas criaturas. Jesús tiene el jabón espiritual más poderoso que existe, algunos de nosotros definitivamente le costamos más trabajo que otros, ya sea porque nos resistimos en ciertas áreas o nos tardamos mucho en venir a Él, pero no hay mugre adherida que no ceda ante su poder. Fuimos hechos de nuevo y estamos limpios, pero para mantenernos así, debemos limpiarnos en Él los días, a eso le llamamos santificación.
Así como el polvo y la mugre son la batalla de todos los días para el ama de casa, los cristianos estamos expuestos al pecado continuamente, nadie puede decir que por ser cristiano ya no peca, pues vivimos sometidos a pruebas y tentaciones, y nuestras tendencias son pecaminosas, de ahí la necesidad de limpiarnos continuamente. El rey David, le dijo a Dios en el Salmo 51:2,10: “Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado”, “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. Así que, limpiémonos de todo lo que pueda contaminar nuestro cuerpo o espíritu. Y procuremos alcanzar una completa santidad porque tememos a Dios (2 Co. 7:1), lo cual podremos hacer guardando su Palabra (Salmo 119: 9).
El problema de la limpieza espiritual es que, si no reconocemos que algo está sucio, que se ve mal porque está mal, nos acostumbramos a eso, de tal manera que no nos incomoda, y para justificarnos ante los que nos dicen lo contrario, buscamos la excusa perfecta para no limpiarlo. Así que, en lugar de arreglar las áreas sucias, las escondemos y vivimos en la suciedad cómodamente. Los detallitos a los que no renunciamos se convierten en pecado y los pecados son más difícil de erradicar, son hábitos adheridos, a veces tan bien cubiertos que nadie los ve, ni siquiera los percibimos nosotros mismos. Es terrible que no nos demos cuenta de que estamos haciendo algo desagradable ante los ojos de Dios, quien, si lo ve, porque para Él nada pasa desapercibido, todo lo ve, escudriña mentes y corazones, conoce lo más profundo de nuestro ser. Dios es santo y quiere que seamos santos, Él quiere limpiarnos a fondo, para Él no hay pecado grande, ni pequeño, solo pecado. Y el pecado es cosa seria, nos aleja de Dios, no nos permite tener comunión con Él.
Si quieres una casa bonita, límpiala; si quieres una vida agradable ante los ojos de Dios, arrasa con el pecado y no permitas que se adhiera a ti. Entreguémonos por completo al Señor, dejemos no solo que pase el trapo por encima nuestro, pues eso no es suficiente, hay que permitirle tallar y limpiar profundamente, aunque para eso requiera quitar algunas cosas que nos va doler dejarlas, pero vale la pena estar limpio, pues podremos gozar de una vida espiritual plena en el Señor.
Si eres de los que crees que todo está bien en tu vida, pero has notado que te cuesta trabajo orar, leer la Biblia, testificar o ir a la iglesia, considera que quizás algo está mal, el salmista (19:12 TLA) dijo: ¡Perdóname, Dios mío, los pecados que cometo sin darme cuenta! Pídele a Dios que te dé discernimiento y ponte a cuentas con Él. No importa el grado de suciedad que tengas, ni que tan alejado de Dios te encuentres, incluso si te has convertido en su enemigo, Isaías 1:25 NVI dice: “Volveré mi mano contra ti, limpiaré tus escorias con lejía y quitaré todas tus impurezas”.