Dios se acercó a nosotros a través de su Hijo amado (Juan 3:17) y espera que nosotros demos el siguiente paso, entregándonos a Él (Mateo 16: 24-25). Insiste en tener comunión con nosotros, pero no se impone; no sé si alguna vez han escuchado la frase de “Dios es un caballero”, queriendo decir con eso, que no nos forzará a hacer algo que no queramos, que nos ha dado libre albedrío, podemos tomar nuestras propias decisiones. Sí, Dios es soberano y Él puede cambiar todo, incluso a nosotros mismos, pero no lo hace si no queremos; nos deja ser y hacer lo que queremos, aunque no esté de acuerdo con nosotros, pero con esto, nos hacemos responsables de nuestros actos y sus consecuencias.
Nuestros triunfos o fracasos dependen de las decisiones que tomamos, si no optamos por las mejores, pagaremos el precio, pues cosechamos lo que sembramos (Gálatas 6:1a). La pregunta es: ¿Por qué si sabemos que la voluntad de Dios es la mejor opción, no siempre la elegimos primero? Porque pensamos más en la carne que en el espíritu, pensamos más en el momento que en el futuro. Vivimos el presente y nos desentendemos de la eternidad y preferimos pedir perdón, que pedir permiso. Así que hay muchos que viven su vida fuera de la voluntad de Dios, a su manera y sin considerar los preceptos del Altísimo. Pero lo más increíble es que no todos los cristianos nos rendimos por completo a Dios, así que no vivimos en la plenitud de su Espíritu. ¿En tu vida quien tiene el control? Necesitamos darle al Espíritu Santo, espacio para trabajar en nosotros. Dios desea usarnos, pero por feo que parezca, eso no es suficiente, falta que nosotros queramos ser usados y hagamos nuestra parte.
Muchos decimos y cantamos al Espíritu Santo: “Muévete en mí, toca mi mente y mi corazón”, queremos sentirlo, pero no le damos libertad para obrar. Decimos que Él es el Consolador (Juan 16:7 NVI), pero nos la pasamos sufriendo y llorando, olvidándonos de sus promesas, creyendo que no son para nosotros. Su Espíritu nos quiere liberar (Juan 8:36), pero continuamos llevando a cuestas nuestras culpas y cargas, temerosos, sin creer en su perdón y su misericordia; o atados a nuestras adicciones y costumbres, sin ganas de dejarlos, disfrutándolos a todo lo que da. El Espíritu Santo quiere guiarnos (Juan 16:13), pero la mayoría de las veces queremos que lo que nos pida o por donde nos lleve, no afecte nuestra vida social, familiar o laboral, así que marcamos nuestro rumbo en lugar de ir por el camino del Señor, o bien, no caminamos a su paso, ni en su tiempo, postergando con frecuencia lo que nos pide. Así que, si lo analizamos, le damos muy poca libertad de acción al Espíritu Santo para moverse en nosotros, por ende, no podemos ser muy espirituales, porque vivimos más en un plan terrenal y no andamos en el Espíritu (Gálatas 5:16-17).
¿Le has pedido al Espíritu Santo que se mueva en ti?, ¿le has dado la oportunidad y el tiempo necesario para hacerlo? Si somos de los que le ponemos muchas trabas y límites, difícilmente podremos ser transformados y usados. He llegado a la conclusión personal de que, aunque decimos que sí, no queremos, porque no le soltamos completamente las riendas de nuestra vida, nos gusta tener el control de todo. Queremos todo de Dios, pero no estamos dispuestos a dejar “algunas cosas, prácticas o actitudes” que nos desvían de sus propósitos, por eso no estamos a su disposición a la hora que nos requiere para algo. Si quisiéramos, haríamos hasta lo imposible por complacer a nuestro Dios primero, antes que a nosotros mismos.
Te invito en esta hora a que consideres que lo que Dios te ofrece, no se compara con lo que te pide. La bendición más grande que podemos gozar es tener comunión con Él. Comunión es estar unido a Dios, no quiere decir pasar las 24 horas orando, ni servirle de tiempo completo, ni dejar tu trabajo o a tu familia, sino darle el primer lugar y considerarlo en todo lo que hagas, ni dejar tu trabajo o a tu familia, sino darle el primer lugar y considerarlo en todo lo que hagas, orar y leer la Biblia a diario, asistir a la iglesia, participar en su obra, etc., en pocas palabras, vivir con y para Él. Si eres su hijo deja que el Espíritu Santo se mueva en ti con libertad. Cuando saborees tener comunión con Dios, querrás pasar más tiempo con Él y ofrecerle lo mejor de tu vida y Dios hará que te rinda el tiempo para atender todos tus asuntos.