Es muy común que nos pongamos metas en la vida, boda, familia, casa, profesión, trabajo, economía, fama, etc., lo cual a casi todos nos cuesta mucho alcanzar, para que de pronto toda se vaya por tierra, por ciertos “cambios” y a volver a empezar.

No debemos confiar en lo que tenemos o somos,
porque nuestra vida puede cambiar de un momento a otro, por pequeños detalles o grandes circunstancias;
en algunos casos influyen nuestras actitudes y acciones,
pero en otros no depende de nosotros,
sino de terceras personas, o simplemente de Dios.
A veces necesitamos los cambios o
alguien cercano los necesita,
pero siempre es porque Dios tiene planes especiales
para nuestras vidas.
La palabra cambio nos asusta a casi todos, creemos que todo está bien y que no necesitamos modificar ninguna área de nuestra vida, pero Dios que es sabio, que conoce como somos y lo que necesitamos, por dónde vamos y a dónde llegaremos si continuamos en la misma manera, nos sugiere un cambio, y si no lo tomamos en cuenta, entonces Él mismo propiciará las situaciones para el cambio.
Por lo general, evitamos los cambios, porque nos hemos acostumbrado a un estilo de vivir, de pensar y hasta de obrar, que no queremos que nos muevan nada, aunque sea Dios el que quiera hacerlo. Nos resistimos a los cambios, porque voltean de cabeza nuestra vida presente y los vemos como malos e innecesarios, la mayoría de las veces; pero, aunque parezcan al principio que no tienen un buen propósito, Dios permite las cosas para bien nuestro (Romanos 8:28).
Cuando conocimos a Jesucristo, Él nos impactó, nos limpió, justificó, perdonó, nos dio esperanzas en Él, nos hizo nuevas criaturas, nos dio nueva vida, en otras palabras, nos cambió, y el proceso no quedó en ese primer encuentro, sino que ha continuado a través de la santificación que el Espíritu Santo está obrando en nosotros (Tito 3:5), proceso que no terminará hasta que le veamos cara a cara. En algunos, los cambios fueron muy rápidos y drásticos, en otros lentos pero continuos; por ejemplo, a Abraham le pidió que dejara su ciudad, su parentela y sobre todo sus creencias equivocadas; le cambió hasta el nombre, lo mismo que a Jacob; pero lo mejor de los cambios que hace el Señor, es que nunca cambia algo por nada, sino para darnos algo mucho mejor, a esos dos hombres, les dio por heredad: una gran nación.
Los cambios por lo general afectan todas las áreas de nuestra vida, por eso es difícil enfrentarlos, sobre todo si no los buscamos; pero hay dos maneras de tomarlos:
1. Cuestionándolos, rechazando y luchando contra ellos, esto produce amargura, como fue en el caso de Job (cap. 23), decía no merecerlo, pero que al final se dio cuenta de que era en vano resistirse a los designios de Dios, pues si Él lo había decidido, concluiría lo que había empezado. Luchar contra Dios es dañarnos nosotros solos; o actuando como las personas de las que nos habla Jeremías, que se justificaban y evadían la responsabilidad de sus actos, pretendiendo cambiar a su manera, bajo sus conceptos y conveniencias (2:36 13:22-23), la gente actúa así porque considera injusto lo que Dios les demanda con el cambio, sin darse cuenta que si no se vuelven a Dios les irá mal, pues estar lejos de Él es dejar gloria por afrenta (Oseas 4:7).
2. Pero la otra manera, que es la que te sugiero, es que lo tomes con expectación, buscándole de antemano el lado bueno que nos ofrece Dios, en fe, pues Él está en nosotros y sobre todo, nada pasa desapercibido para Él. Después de todo, los cambios nos permiten desarrollarnos como personas, vencer situaciones, salir de los problemas, crecer, madurar y trazar nuevas y mejores metas, bajo la guianza del Altísimo y Sabio Dios. Debemos reconocer que algunos cambios componen nuestra vida, o al menos nos la facilitan, pero que aunque otros parezca que nos la empeoran, solo será en lo que nos ajustamos a la voluntad de Dios.
En la época de Jesús muchos se negaron a conocerlo,
por miedo a que les cambiara sus costumbres (Hechos 6:14). El mundo actual no ha cambiado;
ni aunque Dios los lleve por sendas a Él,
se niegan y pierden la bendición de transformar sus vidas
por el poder del amor de Dios.
En lo que respecta a los que estamos en el proceso de la santificación, necesitamos no perder de vista que Dios nos tiene en la mira, y renovarnos continuamente. Renovación, es otra manera de decir cambio; dice la Palabra en Romanos 12: 1-3 que presentemos nuestros cuerpos como ofrenda a Dios y no nos conformemos a vivir de la forma que viven en el mundo, sino que renovemos nuestro entendimiento en Dios, para saber cuál es Su perfecta voluntad. Confiemos en que, aunque nuestro cuerpo exterior se desgasta, el interior cambia cada día para la honra de Dios (2 Co. 4:16).