Muchas cosas se están perdiendo hoy en día o cuando menos modificando. Vivimos en forma "express", la idea es conseguir todo en el menor tiempo posible, buscamos métodos que reduzcan el tiempo de espera, sino vemos resultados inmediatos entonces buscamos otro. Nos desespera invertir tiempo, queremos las cosas fáciles y rápidas. Y no estoy segura de que sea para alcanzar a hacer muchas cosas, creo más bien que nuestra generación está cansada y no tiene una visión clara de cómo y para qué vivir, y solo viven el día. Lo que les gusta hacer es comer, descansar y divertirse, digo esto último, porque lo que más se hace hoy en día es ver televisión y jugar.
Estamos muy influenciados por los avances tecnológicos y los pensamientos de nuestra época. Vivir conforme al mundo es peligroso, no es productivo ni provechoso, porque lo que cosechas aquí se acaba muy pronto, es perecedero (Mateo 6:19-21), no tiene trascendencia. Es como perderse la vida en nada.
Dios tiene otros planes más grandes para el hombre, pero el hombre lo busca solo en casos de emergencia, como Jonás cuando ya estaba dentro del pez (2:1). Cuando necesitamos algo que no podemos conseguir por nosotros mismos o el mundo no puede dárnoslo fácilmente, recurrimos a Dios, como si Él fuera el último recurso. Nuestro Dios debería ser de siempre el primero a quien recurrir, Él es más grande que todo y tiene poder para cualquier cosa, es el especialista en los imposibles (Lucas 1:37). Lo más triste es que sabiendo eso, aún los cristianos cometemos ese error y es precisamente porque nuestra vida de oración aparece solo en casos de emergencia. Obvio que oramos, al levantarnos, comer y dormir, es más algunos tenemos el hábito de una hora de oración, pero nuestras oraciones parecen confesiones, listas de mandado o de asuntos pendientes, le decimos que haremos y seguimos con nuestro camino. Solo cuando realmente pasamos por un problema serio es que no solo miramos el cielo, sino que nos aferramos a Dios, no quitando el dedo del renglón con un clamor constante. Y Él misericordiosamente, como siempre es fiel, responde a veces no tan inmediatamente o como quisiéramos, pero recibimos: una respuesta.
Nuestras oraciones de emergencia cesan una vez resueltas las crisis, pero en lugar de seguir orando en todo tiempo, volvemos a nuestras oraciones "express", que tenemos tan arraigadas y que encajan en nuestra vida cotidiana perfectamente. Decir que tenemos una vida de oración en esos términos es menospreciar el poder de la oración, que en primer lugar nos hace sensibles a la presencia de Dios y a las necesidades del mundo en general.
Orar no es una forma mágica, una repetición vana, orar es platicar con Dios y una buena conversación merece tiempo. La verdadera oración estimula tantas cosas en nuestra vida, produce paz, esperanza, consuelo, fortaleza, pero también nos llena de amor, fe y de ganar de servir a Dios. Jesús se apartaba con frecuencia a lugares solitarios para hablar con Dios y no era para pedir cosas materiales, porque para Él eso no era importante. Él disfrutaba los momentos de intimidad con el Padre. Los discípulos se le acercaron y le pidieron que les enseñara a orar (Lc 11.1–11), y no creo que no supieran hacer oraciones, los judíos aprendían desde niños, sino que no tenían una vida de oración como la de Jesús, ellos podían ver como las oraciones de Jesús eran una experiencia espiritual que ellos no tenían.
El Señor quiere enseñarnos a orar en otra dimensión, que no nos conformemos con las oraciones "express" o de "emergencia". Su recomendación es que oremos a puerta encerrada (Mt 6.6). Si cierras la puerta, no solo tendrás privacidad, sino que tendrás un propósito: fomentar una amistad transformadora a través de tus oraciones. Lo bueno aquí es que entre más tiempo le inviertas a la oración más resultados positivos verás en tu vida espiritual y secular.

.Septiembre 2011