“Yo me esfuerzo por recibirlo. Así que no lucho sin un propósito”. 1 Corintios 9: 26

El mundo está lleno de buenas intenciones, que no llegan a nada. No importa la fecha del año si no nos proponemos hacer algo en la casa, en el trabajo, con la familia o en nuestro cuerpo, se nos va el tiempo, la fuerza y hasta el dinero en nada.
La mayoría de las personas tienen vidas sin propósito, viven por vivir; o bien, tienen pequeños propósitos a corto plazo, no miran más allá de sus necesidades físicas y viven despreocupadas de las cosas espirituales. Eso lo demuestran claramente en su andar diario, porque no se les ve dirección hacia Dios sino hacia el mundo y sus vanidades. Porque si Dios fuera su objetivo, como los que se preparan para competir en un deporte, dejarían de hacer todo lo que les perjudica y lucharían por estar con Dios y conseguir así el premio de la vida eterna.
Este mundo está contaminado, el pecado y sus consecuencias lo han invadido. Los seres humanos le están dándole la espalda a Dios por vivir sin control, en sus placeres y malas costumbres. Eso no era lo que Dios quería, pero eso es lo que provocamos con nuestra desobediencia, apatía, rebeldía y negligencia. El plan de Dios desde el principio y hasta ahora, es el mismo: que vivamos con Él en un mundo bueno, así que ha prometido darnos un mundo nuevo, sin dolor, sin enfermedad, sin tristeza (Apocalipsis 21: 3-5).
¿Cuándo fue que perdimos nuestro propósito? Fuimos creados por Dios y para Dios, pero el hombre se involucró y endeudó con el diablo al desobedecer las órdenes de Dios. Jesucristo vino a salvarlo y pagó el precio con su sangre, pero el rescate se hace efectivo solo cuando nos entregamos a Cristo con todas sus implicaciones, o sea que se repite lo del principio de la creación: Comunión con Dios por medio de la obediencia, pero ahora a través de Jesucristo y con la ayuda del Espíritu Santo que nos recuerda, exhorta y fortalece en nuestra lucha diaria entre la carne y el espíritu. La obediencia requiere de entrega y disposición; de ganas de someternos y cumplir Su voluntad y eso significa que debemos despojarnos de la nuestra para no desviarnos de los preceptos de Dios.
El camino de Dios no es fácil, yo más bien lo visualizo como una escalera al cielo; trepar por ella en el aire es dificilísimo y peligroso, si no nos sujetamos fuertemente. Hay que mirar para arriba y no hacia abajo, porque podemos pensar que abajo estaríamos mejor, desestabilizarnos e incluso caer. La manera de subir es no voltear atrás, poner la mirada en las cosas de Jesucristo y no en las de la tierra (Col. 3:2). Es valorar lo santo y desechar lo profano, es más que querer, es hacer por y para el Señor.
Pablo en su primera carta a los Corintios les habló del propósito de Dios en sus vidas, no uso palabras difíciles, ni trató de impresionarlos, les expuso lo que desconocían. Planes divinos que los gobernantes del mundo no entendieron, porque si no, no habrían crucificado a Jesús. Pero que los que aman Dios podemos entender por fe: que Él ha preparado cosas que nadie jamás pudo ver, ni escuchar ni imaginar para nosotros, los que le seguimos y somos fieles hasta el final. Así que no corremos en vano, sino que subimos, aunque nos cueste trabajo, nos esforzamos por obedecer a Dios en todo, porque nuestro propósito está en Dios, no en una mejor casa, una carrera, un buen matrimonio, no en cosas materiales, ni emocionales, aunque todas esas cosas nos importan, pero estamos seguros de que si buscamos primero a Dios él nos dará todo lo que necesitamos (Mateo 6:33). El propósito de Dios para nosotros es de bien, de salvarnos y darnos vida abundante, así que procuramos vivir en Su presencia y gozar de sus bendiciones aquí en la tierra y con la esperanza de un glorioso futuro, ya que nos esperan cosas mejores en la Patria Celestial, y compartimos el mensaje de Dios uniéndonos a Su propósito de que todos sean salvos (1 Timoteo 2:14).
Así que considerémonos como simples servidores de Cristo, encargados de dar a conocer los planes secretos de Dios al mundo, demostrarle a nuestro Señor que puede confiar en nosotros. Alertemos a la gente que los planes fuera de Sus propósitos son temporales e invertir su vida en eso será un fracaso, porque lo que hagan perecerá, morirá con ellos aquí en la tierra. Esforcémonos por recibir el galardón de Dios, haciendo propio el propósito de Dios, escuchando la voz Su espíritu, viviendo con mucha disciplina, tratando de dominarnos a nosotros mismos y sobre todo anunciando a otros la manera de vivir para alcanzar la meta, para que al final Dios no los descalifique a ellos ni a nosotros. Porque contigo o sin ti, “Dios cumplirá Sus propios planes, y realizará Sus propósitos” (Salmo 33:9-12).