Conocí al Señor en el año de 1978 bajo el derramamiento del Espíritu Santo en el templo “San Pablo” de Piedras Negras, Coahuila. La iglesia había establecido grupos de estudios en casas e invitaron a mí mama a uno, al poco tiempo mis hermanos y yo nos les unimos. Fue una experiencia formidable conocer personalmente al Señor. Jesucristo tocó mi corazón, me cautivó su amor y también me impactó mucho ver a tantos jóvenes adorándolo en espíritu y verdad. Casi de inmediato me integré a la iglesia y comencé a participar en todas sus actividades, mi deseo era estar con el Señor y estar en su Casa me producía gozo.
La iglesia se convirtió en mi segunda casa, su gente en mi familia, pues a pesar de que las familias de mis padres eran muy grandes, no compartíamos mucho tiempo con ellas porque no vivíamos en la misma ciudad, mis abuelos maternos migraron a los Estados Unidos y mi abuela paterna se fue a vivir al interior de la República.
Después de un tiempo pude comprender que el Señor preparó para mí un terreno espiritual y físico para bendecirme. Me dio una familia en la fe, pero también un lugar en donde congregarme. El edificio del templo representa mucho para mí, es la casa de mi Dios, un lugar donde he experimentado su presencia, un lugar lleno de amor, porque al relacionarme con los que se congregan los he amado y me he sentido amada. El templo ha sido una escuela para mí, a través de predicaciones y estudios he aprendido a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios y a trabajar en su obra.
En mis primeros años de cristiana, cuando todavía no reconocía los dones que me había dado el Señor, ni el ministerio para el cual me preparaba el Señor, participé en casi todos los ministerios de la Iglesia, desde limpiar hasta predicar, en algún tiempo me convertí no en la segunda o tercera opción cuando alguien de algún ministerio faltaba, no por mis capacidades, sino por mi disposición al servicio. En todo lo que el Señor ha querido o se ha necesitado ayuda, he procurado servir con gozo y por amor al que me salvó y me dio vida nueva y eso me ha producido muchas satisfacciones.
Mi vida se “cristianizó” por completo, así lo dijo un maestro que tuve en la iglesia, además de mi familia, mi Señor y su Iglesia se volvieron mi mundo, y no tuve que buscar nada en ningún otro lugar, porque Él me lo dio todo en su Casa. En la Iglesia conocí al amor de mi vida, que hoy es mi marido; bajo su cobertura nacieron mis hijos y han crecido en la fe, además no tuve que trabajar por mucho tiempo en lo secular, porque me ofrecieron trabajo en la oficina de la Iglesia y he sido la secretaria de “San Pablo” por muchos años, bendición que me han permitido involucrarme más con la congregación de mi iglesia, conocerla y amarla.
Es por su amor inagotable que podemos estar en la presencia de Dios y entrar y adorarlo en su Santuario, como el salmista puedo decir: “Yo amo, Señor, el templo donde vives, el lugar donde reside tu gloria” Salmo 26:8 DHH y me gusta hablar de tu Casa porque con los años se ha mantenido de pie en medio de tantos cambios internos y externos y por ella han pasado multitudes que han conocido del amor de Dios y de su misericordia. He visto a tantos hombres, mujeres, jóvenes y niños entregarse a Dios, a otros recibir el llamado para trabajar en su obra. Han sido tantos los que han pasado por mi iglesia y aunque no todos se han quedado, son muchos que permanecen. El Templo tuvo que ampliarse hacia los lados y hacia el frente y cambiar su aspecto, incluso adquirir otros edificios para que más gente pudiera congregarse. No somos una iglesia cerrada, por eso la gente sigue llegando y hemos salido a la comunidad a través de grupos de estudio en casas, campañas, evangelismo explosivo, misiones, templos y actualmente a través de ministerios de acción social, llevando pan al hambriento y al necesitado, todo esto con el único propósito de predicar el Evangelio del amor y el perdón su Señor Jesucristo.
Nuestras iglesias no debieran dejar de crecer en ninguna área porque el Señor está en medio de ellas, ha derramado dones y ministerios, y todos deberíamos participar física y espiritualmente con oraciones, trabajo y ofrendas de amor. No necesitamos tener un cargo para hacer algo por la iglesia, porque las necesidades debieran movernos a las acciones y porque queremos agradar a Dios. El trabajo que hagamos por nuestra iglesia se verá reflejado en almas rescatadas y restauradas. Después de tantos años de convertida, no dejo de congregarme y he encontrado mi lugar de servicio en la iglesia, procuro participar en las actividades especiales y algunos me preguntan si no me canso de estar en la iglesia, porque piensan que la vida de la Iglesia es aburrida pero no es así, el Señor tiene banquete continuo en su Casa y me gustan sus fiestas, porque están llenas de regalos, sus bendiciones son nuevas cada mañana y de generación en generación, en la Casa de Dios. Así que doy gracias porque mi iglesia tiene sus puertas abiertas y hace que nadie se sienta como un extraño. Gracias Señor por tu Casa es mi casa.