
En el 2020 iniciamos en nuestra ciudad la lucha contra el covid19, una enfermedad que cambió nuestro estilo de vida. Las puertas del Templo al que asistía se cerraron y a la congregación de nuestra iglesia se le dio varias opciones para el regreso al Templo. El 19 de julio del año 2020 fue un día especial, porque muchos pudimos regresar al templo de manera presencial.
Durante casi 11 meses este virus no me tocó. Como familia, por cuestión de nuestros trabajos, responsabilidades y compromisos, no pudimos aislarnos, pero seguimos los protocolos y tomamos todas las precauciones posibles.
Una de las cosas que más me alarmaba de este virus era que no siempre se manifestaba claramente y podía hacernos portadores de enfermedad e incluso de muerte, así que una de mis peticiones era que cuando me contagiara tuviera síntomas visibles para evitar la propagación. Me preocupaban todas las personas con las que tenía contacto de la iglesia y del trabajo de mi esposo, y muy en especial, mi familia cercana: madre, hijos, yerno y nietos.
A finales del mes de enero del 2021, tuve contacto con una persona que tuvo síntomas y me alarmé un poco. Antes de cumplirse la semana, mi garganta estaba seca y comencé con una pequeña tos, así que reforcé la protección y traté de aislarme. Gracias a Dios mi madre ya tenía días de viaje y mis nietos se habían estado portando mal, así que su padre los castigó no dejándolos ir a nuestra casa. Sorprendentemente Dios acomodó todo para librarlos del virus.
El 27 de enero publiqué en Facebook un dibujo que mostraba la gran fila que se hace para entrar a un supermercado, una fila mucho más corta para ir a cortarse el pelo y que para entrar al Templo, no había fila, con la siguiente leyenda: CON PANDEMIA O SIN PANDEMIA LA GENTE NO BUSCA A DIOS. El mundo como el Faraón tienen temor a las plagas, pero no tienen temor de Dios. Y escribí: Me mandaron este mensaje gráfico, la pensé para publicarlo, porque no quiero que nadie se ofenda. Pero el domingo mientras estaba en la iglesia le di tantas gracias a Dios por poder estar en su santo Templo, porque sé que hay muchos que no pueden, porque padecen alguna enfermedad, porque no tienen la edad para ser admitidos (niños y ancianos), por razones familiares o de trabajo, pero YO SÍ PUEDO Y QUIERO ESTAR AHÍ. Créanme no es imprudencia, pues tomamos todas las precauciones y seguimos los protocolos, es porque ésta es nuestra nueva normalidad y por AMOR A DIOS Y A SU CASA. No sé por cuanto tiempo Dios me permita hacerlo, si enfermaré o moriré, porque no soy invulnerable, ni intocable, pero una cosa hago, me preparo para estar bien con Dios y lista para cuando el Señor me llame a su gloriosa presencia. Apocalipsis 2:11 nos dice: El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte.
Dios le permitió al enemigo tocar mi cuerpo y probarme, yo lo había declarado, no era intocable. Al siguiente domingo, con todo el dolor de mi corazón, no fui a la iglesia, aunque todavía eran sospechas y no tenía síntomas graves, pero no quería exponer a mis hermanos en la fe. Ese domingo por la noche, mi esposo e hijo empezaron uno con agotamiento y dolor muscular y el otro, con tos. El lunes era día festivo y el martes no me tocaba ir a la oficina, así que a primera hora me hice una prueba rápida y di positiva. Inmediatamente nos fuimos al doctor y nos dieron medicamento para evitar todas las complicaciones y nos dijo que los tres teníamos síntomas leves, así que solo tomáramos las medicinas y procuráramos descansar. La primera semana fue como dijo el doctor, parecía que así sería toda nuestra convalecencia, pero no, a mí me dio diarrea. Desde ese día quedé sin fuerzas y con un dolor en la boca del estómago que no me dejaba hacer nada, no era que no quisiera hacer las cosas, no podía literalmente hacerlas. Casi no me levantaba de la cama, no podía comer, ni dormir bien, no tenía fuerzas para leer la Biblia y mis oraciones, eran pequeños, pero constantes ruegos de auxilio. Me esforzaba cada mañana, por atender algunas cuestiones del trabajo, pero terminaba agotada y adolorida, pues ninguna posición me quitaba el dolor del estómago.
Muy pocas personas sabían lo que nos pasaba, pues yo quería evitar que mi mamá se enterara de mi situación, quería evitarle preocupación y sufrimiento. Cuando hablaba con ella le decía que todo estaba bien, lo mismo que les decía a quienes me preguntaba porque no me habían visto.
A los 9 días solicitamos la intervención de la doctora Lily Dávalos, por teléfono dijo que los síntomas eran normales por los efectos del virus, nos recomendó dejar de tomar algunos medicamentos, que nos estaban lastimando y al siguiente día nos visitó para revisarnos. Encontró a mi hijo bien, con un dolor muscular; pero mi marido y yo, teníamos la temperatura y la presión baja y deshidratación, así que recetó suero y medicamentos, lo cual nos regresó a la vida y nos permitió empezar la recuperación. Dios nos rodeó de ángeles que nos ayudaron, el Pastor siempre estuvo al pendiente de nosotros, mi hija y mi yerno apoyándonos en nuestras necesidades y responsabilidades, mis nietos alegrándonos cada día, y mis hermanas, un sobrino y mi cuñada Chely, nos proveyeron de alimentos en los días más críticos, cuando les informe sobre nuestra situación.
Me dolió enfermar, pero más que el enemigo me robara la bendición de estar en el Templo. Fueron 3 domingos los que no pude ir la iglesia, el primero por sospecha del virus, el segundo por el virus y el tercero por el frío y la recuperación. Quizás algunos digan que no pasa nada, Dios está en todas partes, nosotros somos su Templo, y así es y lo creo, pero mi alma está ligada a la casa de mi Dios, me produce gozo, como dice el salmo 84: 4-5 TLA “¡Qué felices son los que viven en tu templo! ¡Nunca dejan de alabarte! ¡Qué felices son los que de ti reciben fuerzas, y de todo corazón desean venir hasta tu templo!”. Aunque hay muchas opciones para alabar a Dios, para mí no hay mejor lugar que la casa de Dios. Así que regresar al Templo fue muy significativo, todavía hacía frío, incluso lloviznaba, pero mi anhelo era estar ahí y adorarlo.
El covid ha sacudido a muchas personas, cristianas y no cristianas, cada una tiene su propia experiencia, similar a la nuestra, pero no igual, Dios hace la diferencia y tus expectativas ante la vida. A mi hijo, el virus casi no le afecto, mi marido dice que sintió que moriría y se encomendó a Dios, yo, sufrí dolores físicos fuertes, pero me sentí segura y agradecida con Dios, sabía que era una prueba temporal y que nos daría la victoria, y así lo hizo. Ahora puedo apreciar más todo lo que me ha dado Dios: la vida, la salud, la familia, el trabajo y a su iglesia, que nos manifestó su amor y siempre estuvo orando por nosotros.