
¿Qué harías si supieras que vas a morir pronto? Al rey Ezequías le había aparecido una llaga en el cuerpo y su estado era grave, 2 Reyes 20 nos narra el momento en que este buen rey de Israel, que luchó contra la idolatría y sirvió a Jehová, recibió la noticia de su muerte. El profeta Isaías lo visitó y le dijo: Jehová dice así: Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás.
¿Cuál fue la reacción de ese moribundo? Ezequías se puso a clamar y a llorar. No quería morir, como la mayoría de nosotros. Sus palabras fueron: ¿En la flor de mi vida tengo que entrar en el lugar de los muertos? Pensando que no volvería a ver a nadie, e incluso a su Dios. Una noticia de muerte obvio que impacta, y es entendible la reacción de Ezequías, ya que, en su época, morir no era ir con Cristo a lugares celestiales, pues la batalla sobre la muerte no estaba ganada, era ir al Seol, descender al sepulcro.
Si meditamos bien la situación, por dura que pareciera la noticia de su muerte, era una bendición, pues Dios le estaba dando la oportunidad de corregir algunas situaciones antes de morir. En contestación a su ruego Dios le concedió a Ezequías más tiempo de vida para arreglar sus asuntos, pero dice la Palabra que el rey se enalteció y no le dio gracias a Dios, lo cual provocó la ira del Señor no solo sobre él, sino sobre su pueblo, más clamó Ezequiel y Dios le perdonó de nuevo (2 Crónicas 32:24-26). Si siguen leyendo la historia en la Biblia se darán cuenta que cometió después el rey otra insensatez, de la cual hablaremos en otra ocasión. Uno creería que experiencias como estás te cambian la vida y te acercan más a Dios, pero no, la ingratitud y el orgullo del hombre le hace olvidar que toda buena dadiva proviene de Dios. Ezequías lo sabía, Dios le había dicho ambas cosas: morirás y luego vivirás, incluso hasta le había dado una señal. Es tan fácil olvidar los favores de Dios, hay personas mal agradecidas e incluso quienes se apartan de Él después de recibir un milagro. Y aunque Dios es misericordioso y nos perdona una y otra vez, no debemos de abusar de su gracia porque nuestros actos tienen consecuencias en nosotros, en nuestra familia e incluso en la vida de otros.
ORDENA TU CASA, ¿Qué tenía que ordenar ese rey? No era un desordenado, era buen gobernante y en el palacio seguramente tenía tantos sirvientes que le ayudaban a mantener todo en orden, seguramente su casa estaba rechinando de limpia. Quizás a algunos de nosotros si nos da miedo morir y que otros vean el tiradero que tenemos en la casa y en la oficina. El desorden es caos, a veces decimos que tenemos ordenadas las cosas a nuestra manera, pero si solo nosotros sabemos cómo encontrarlas, entonces es un desorden. Así mismo, en nuestra vida diaria no es bueno vivir “a nuestra manera” y no conforme a la voluntad de Dios, podríamos tener una vida ejemplar ante los ojos de los hombres, pero no ante los de Dios. Así que revisa como andas, ¿Qué tan limpio estás ante los ojos de Dios?
En cuanto a su conducta, que tendría que corregir, podemos leer que antes de ese suceso, 2 Reyes 18:3 y 2 Crónicas 29:2 nos dice que él “hizo lo recto ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho David su padre”. Si moría Ezequías habría un cabo suelto: no tenía sucesor, quién gobernaría al pueblo, ¿Quién se quedaría en el trono de Israel? Al parecer, Ezequías tenía 39 años, 14 de estar gobernando y no estaba casado ni tenía descendientes. Este hombre no se había reproducido, no tenía hijos. Esto me recordó que muchos cristianos no tienen “hijos espirituales”, porque no comparten el evangelio. Necesitamos empezar a ocuparnos en compartir con otros y en especial con la familia para fructificar. La reproducción y la multiplicación son palabras que encontramos implícitas en la Palabra de Dios. Todos deben conocer a Dios, debemos compartir su Palabra de generación en generación, esa es la manera en que bendeciremos a nuestra descendencia. Si tienen a Dios, tendrán una mejor vida.
Ezequías era descendiente de David y Dios le había prometido que sus descendientes estarían en el trono, así que le dio una promesa de vida a Ezequías, 15 años más. Su primogénito, Manasés, nació el tercer año de su tiempo de gracia. El rey sabía que solo contaba con 12 años para instruirlo y hacerlo bien, Proverbios 22:6 TLA nos dice: “Educa a tu hijo desde niño, y aun cuando llegue a viejo seguirá tus enseñanzas”. No tenemos detalles de cómo lo hizo el rey, que tanto le enseñó o que tanto lo mimó, pero lo que sí sabemos es que Manasés heredó el trono y que fue malo, algunos comentaristas lo llaman “el hombre de pecado”. Como padres físicos y espirituales tenemos la obligación con ellos, pero también con Dios, de guiarlos por el buen camino. No tenemos que ser pastores, predicadores, maestros o tener dones especiales para ministrar a nuestra familia y otros, basta tener comunión con Dios, un buen testimonio y la Palabra de Dios para hacerlo.
Manasés empezó a reinar a los 12 años, y no fue como su padre, lamentablemente siguió por muchos años una política religiosa opuesta a la de él, fue rebelde a Dios, hizo lo malo y fue considerado como el peor de todos los reyes. Finalmente se volvió a Dios, fue perdonado y comenzó a hacer lo bueno delante de Dios (2 Crónicas 33:10-13), pero dejó a su paso grandes males. Algunos pensarían, que hubiera sido mejor que no naciese, pero Dios lo permitió, tuvo misericordia de David, de Ezequías y hasta de Manasés, como la tiene con nosotros, porque bueno, ninguno, solo Dios. Necesitamos invertir tiempo en nuestros hijos, ocuparnos no solo de las cosas materiales sino también de las emocionales y espirituales. No dejes que los tuyos aprendan de aquí y de allá, enséñales tú mismo las verdades de Dios. Haz discípulos, que tu familia encabece la lista. Sembremos la buena semilla, que a su tiempo producirá el fruto de bien, aunque tú no lo veas.
El rey Ezequías, aparentemente tenía todo en orden, pero Dios le dijo que le faltaba ORDENAR algo más, y a nosotros ¿Qué nos falta? Mantener el orden en nuestra vida y en nuestras cosas es importante y necesario. Limpiémonos en el Señor diariamente, caminemos en sus preceptos y ayudemos a otros a hacerlo. Vivir con y para Dios, eso es consagración, es procurar la santidad. Quizás no estás a punto de morir, ni morirás pronto, pero un día lo harás, no estaremos siempre en esta tierra. No hay que temer a la muerte, sino prepararnos para ir al lugar correcto por la eternidad y dejar huella en nuestra familia, un buen testimonio, un buen legado, para que ellos sigan compartiéndolo de generación en generación.